Amistad se escribe en mayúscula

El otro día hice una videollamada con mi amiga Blanca. Más de cuatro horas de conversación alternando la superficialidad de los pensamientos absurdos y la profundidad de las emociones. Todo rehogado con cerveza porque, incluso en la distancia, siempre nos ha gustado hablar con una en la mano.

Me pregunto cómo hubiéramos pasado una pandemia de este calibre sin esas ventanas al exterior, sin esa vía de escape que nos está permitiendo ver a quienes están lejos. Ahora nos resulta difícil imaginarlo, pero me gusta pensar cómo hubiera sido, aunque solo sea por pasar el rato.

Reflexiono sobre eso y sobre la suerte que tengo de poder seguir hablando con mis amigos con el corazón en una mano y la cerveza en la otra, y de que las risas ahoguen las penas porque ese es el único bálsamo que conozco que de verdad funciona. Me recuerdo en voz alta la suerte que tengo y me recrimino no repetírmelo todos los días, por si acaso soy tan gilipollas de olvidarlo.

Cuento mis amistades con los dedos de una sola mano, y qué afortunada soy por ello. Me hace gracia escuchar a esa gente que llama amigos a aquellas personas con las que quedan pero apenas hablan, y que cuando lo hacen no rascan más allá de lo que se ve. Me río de eso.

Ahora que estamos todos desquiciados por toda esta situación, que se habla de fatiga pandémica o que estamos hasta el moño, que para el caso es lo mismo, nos hemos dado cuenta de que esta cuesta arriba se hace más llevadera con esa familia que hemos elegido tener a nuestro lado aunque no la tengamos cerca. Todo esto tan obvio, tan de sentido común, tan ñoño y cursi para muchos, se nos pierde en el camino y por eso hay que recordar.

Debemos recordar qué es la amistad, que cualquier cosa no vale. Que amistad no son noches locas, que también, sino mucho más. Debemos recordar que la amistad debe ser risas, abrazos, noches eternas, madrugadas de palabras, café cargado, desahogos rápidos, cervezas que nunca llegan a calentarse, conversaciones ligeras…, pero también llorar lágrimas amargas, fruncir el ceño, gritos, abrazos que recomponen el alma, sacar un dolor que arde y nos calcina por dentro; es sinceridad, abrirse en canal, el alma, como queráis llamarlo.

Amistad es estar para lo uno y para lo otro, porque somos lo uno y lo otro. Alegría y pena. Amistad es poder contarlo a viva voz o callarnos porque no estamos preparados para verbalizar lo que nos duele, y que el otro escuche, tanto la historia como el silencio.

Danae