Bandos sin formas

Los fines de semana, siempre que puedo, me preparo una infusión después de comer. Película, comer y escribir. Esta suele ser mi rutina los fines de semana a media tarde. Hoy, mientras me preparaba la infusión, me he acordado del mitin que Santiago Abascal (el presidente de Vox) ofreció en Santander el otro día. Éxito total.

He de reconocer que este partido me da un poquito de miedo por las ideas que defiende, sus integrantes me recuerdan a Trump, pero con apariencia de humanos y mejor pelo. Opiniones personales aparte, lo que sucedió es que, mientras los simpatizantes esperaban a Abascal cantando Manolo Escobar y Mocedades -ignoro si después se fueron todos a ver una película de Pajares y Esteso-, fuera, muy cerquita de quienes se quedaron sin entrar por exceso de aforo, un grupo de personas les llamaba fachas, nazis y no sé qué más, todo esto a grito pelado; una forma como otra cualquiera de pasar la tarde.  No es la primera vez que ocurre. Pasó exactamente lo mismo hace dos años cuando vino Pablo Iglesias. Cambian los bandos, no las formas. Ocurre siempre, con cualquier partido, en cualquier ciudad, en cualquier ámbito.

Es curioso ver cómo nos encontramos siempre la misma estampa, independientemente de su ideología: por un lado, una multitud de personas se reúne para escuchar a alguien que piensa igual que ellos, para afianzar sus ideas; por otro, quienes piensan como ellos se dedican a insultarles. Salvo por esta última parte, esto es lo que consideramos el mitin de toda la vida. Por otro lado, nos pasamos por el forro la libertad de expresión, si no piensa como nosotros no merece ser respetado y lo insultamos. La idiotez de toda la vida.

Personas de derechas que piensan que el otro está equivocado y le llaman de todo menos bonito. Personas de izquierdas que piensan que el otro está equivocado y le llaman de todo menos bonito. Todos ofendidos claro, porque a nadie le gusta que le insulten, faltaría más, pero cuando el «insultador» se convierte en el insultado «eh oye, que esto es un país libre y puedo opinar lo que quiera». La pobre libertad de expresión debe de terminar llorando en una esquina.

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La extraña pareja

Durante toda nuestra vida nos aferramos a lo que queremos oír: medios de comunicación, partidos políticos, documentales, publicaciones, etc, etc. No importa el bando, la temática o lo que se os ocurra, no nos gusta que nos remuevan el cerebro, queremos un punto de vista y seguirlo a ciegas, que si no nos liamos.

He hablado de Santander porque es mi ciudad, pero si buscáis un poco encontraréis mil ejemplos de todo tipo, en donde el atacante es atacado y viceversa. Aquí la única víctima es la libertad de expresión.
Lo que ha dado de sí una infusión.
Sed buenos
Danae

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