A finales de la semana pasada, cansada de sentir mi culo algo dolorido por pasar tantas horas sentada, decidí hacer algo al respecto. Así que decidir salir a pasear antes de trabajar. Procuro hacer ejercicio al menos cuatro veces por semana, pero echaba de menos caminar.
Adelanto la alarma del móvil media hora, tomo mi vaso de agua caliente con limón y me voy a dar una vuelta. Así de sencillo. Para alguien que considera el desayuno no solo la comida más importante del día, sino la única que merece la pena salvar del ayuno voluntario, salir de casa con el estómago vacío es todo un reto.
A pesar de que a las siete de la mañana las calles llevan abiertas un buen rato, aún están en calma. Sin prisas ni atascos. Camino más despacio de lo acostumbrado, quiero disfrutar cada paso. Observo esa luna en un cielo cada vez más claro y noto cómo los coches aún escasos no ensucian el ambiente. Los colores de la mañana hacen desaparecer por unos instantes la pesadez de mis ojeras. Me siento ligera.
El miércoles, sin embargo, amaneció plomizo, regado por una lluvia constante que calaba en los huesos. Es lo que tiene el agua, que moja. A mí me gusta la lluvia, sobre todo cuando no tengo un rumbo fijo que seguir.
Me acerco al paseo marítimo para ver ese mar que parece dormido. Me siento como en una película en blanco y negro: la bruma que no levanta y emborrona el horizonte, las tonalidades de grises que combinan con mi gabardina negra y la calma del mar que, a su vez, me calma a mí. Todo se pega, ya sabéis.
La tranquilidad que todo eso me aporta, a pesar de estar cerca de una gran avenida pisoteada por un tráfico cada vez mayor, se agradece. La calma. Cómo la echaba de menos. El estrés desaparece solo unos minutos, tiempo suficiente para respirar un aire que parece más puro que en horas más tardías.
De camino a casa, consciente de que aún tengo que desayunar y ponerme a trabajar, noto cómo el desánimo me envuelve. La realidad siempre se impone y la calma se rompe. Hay quien afirma que esta debe llevarse dentro, ya me explicarán aquellos que lo saben todo cómo lo hacen. Yo no tengo ni idea.
Mi calma, mi silencio, son estos recuerdos que creo sin darme cuenta a través de paseos, de tomar el sol en mi ventana y de las conversaciones con mis amigos. Lo cotidiano, vaya. Ese es mi bálsamo.
Danae