Cartas de amor

Uno de mis propósitos de Año Nuevo -bueno, en realidad lo decidí un día cualquiera porque sí- es presentarme a concursos de relatos. De esta manera, me «fuerzo» a escribir sobre otros temas con los que no estoy tan familiarizada. Salir de mi zona de confort, vaya. Bien y ¿qué fecha se acerca? Exacto, San Valentín. Y ¿qué ocurre con esto? Que me enteré de un concurso en el que había que escribir una carta de amor o desamor y me puse al lío. Me dije, Venga Danae ponte a ello, que tú puedes. Y una vez más me he quedado en blanco.

No es la primera vez que busco salir de mi zona de confort, ni tampoco es nueva mi intención de escribir una carta de este estilo. Han sido varias las ocasiones en las que he lo intentado y todas han sido un fiasco. Así que nada, vengo aquí a deciros que no sé escribir cartas de amor. Las de desamor no se me dan nada mal y, aunque en el concurso también se aceptan como animal de compañía, yo me he empecinado en escribir una de amor, para cabezota yo.

¿Cómo no voy a querer escribir una carta de amor? Plasmar en un folio todo lo que uno no es capaz de expresar a viva voz a la persona que quiere, me parece un plan estupendo. Pero claro, por muy estupendo que suene en mi cabeza, nunca he sabido reflejar este tipo de sentimientos en papel sin sentirme ridícula. Aunque ya lo dijo Fernando Pessoa:

«Todas las cartas de amor son ridículas.
No serían cartas de amor si no fuesen ridículas.»

Sin embargo, diré que eso no me consuela en absoluto. Así que aquí estoy yo, intentado crear una carta de amor sin estar enamorada. Podría dedicársela a un alguien inventado como he hecho en otras ocasiones pero, dirigirme a un desconocido que no existe para compartir sentimientos que en estos momentos no tengo, me provoca una sensación extraña que no sé explicar.

Es una pena que no sepa transmitir ese tipo de sentimientos con lo bonitos que son ¿verdad? Pero también hay que tener mucho cuidado con eso de hablar de amor sin estar enamorado porque uno puede correr el riesgo de parecer falso o de crear un texto plano.

Un texto que no eriza el vello de los brazos, que no hace suspirar, que se lee con indiferencia y sin sentimiento alguno, es un fracaso absoluto. ¿De qué sirve escribir si no se consigue compartir lo que uno siente? De nada, queridos, no sirve de nada.

Me complico. Mucho. Tal vez no deba hablar de un amor que no siento. Puede que tan solo necesite aferrarme a esa pequeña llama que lucha por mantenerse viva. Ese «algo» pequeñito y sin nombre que no es amor y que puede que nunca llegue a serlo, pero que representa un sentimiento que hace que me sonroje cuando pienso en él.

Puede que el truco sea simplemente arrancar una hoja de un cuaderno, coger un bolígrafo cualquiera y abrirme a esa persona que me atrae. Deprisa, sin pensar, sin tiempo a arrepentirse. Sincerarme y advertirle que mi torpeza a la hora de tratar con él me impide comportarme como una persona adulta. Confesar que cuando le veo vuelvo a convertirme en esa adolescente ingenua que tartamudea incapaz de decir algo inteligente, que se ruboriza de forma exagerada y que, de puro nerviosismo, el registro de su voz se eleva hasta tal punto que solo los perros son capaces de oírme.

Tal vez deba olvidarme del amor y centrarme en ese sentimiento que me vuelve tan torpe. Supongo que todo sea cuestión de practicar, de sentarme todos los días frente a un documento en blanco y escribir hasta conseguir reflejar lo que siento. Una carta con la que me sienta ridícula y orgullosa de lo que transmito, por la que haya merecido la pena sonrojarse hasta la vergüenza. Que albergue sentimientos sin edulcorar, sin pretensiones, sin miedo al rechazo, sin juicios… solo una ridícula carta de amor.

«Pero, al fin y al cabo, sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor sí que son ridículas. » 

Sed buenos
Danae