Me he aficionado a mirar en Pinterest las habitaciones en donde escritores de siglos pasados se encerraban con sus letras. Esas imágenes me inspiran, me disparan la creatividad y me animan a hacer lo propio.
El desorden de esos lugares contrasta con el orden actual: más organizados y con una colocación del mobiliario más estudiada. Es entonces cuando me pregunto qué hubiera pasado si Susan Sontag o Hemingway hubieran hecho amistad con las gurús del orden que tanto triunfan en Internet. Siempre ando imaginándome lo que sucedería si lo de ahora se fuera al antes y al revés.
¿Qué hubiera pasado si aquellos escritores hubieran seguido las normas de las Marie Kondo del mundo? ¿Simone de Beauvoir hubiera escrito La mujer rota en una habitación blanca y ordenada digna de aparecer en el catálogo de Ikea? Seguramente sí, y yo solo esté aquí elucubrando sobre cosas que nunca sabremos.
Los muebles de madera oscura, los libros ocupando cada rincón, los papeles amontonados en el borde de la mesa, la máquina de escribir presidiendo el lugar, los ceniceros llenos de colillas… Nada que ver con la idea de oficina actual. De algún modo, asociamos el desorden con la suciedad y al contrario, el orden con la limpieza.
Se nos vende la idea de que el orden es nuestro mejor ayudante de dirección cuando la realidad es que el (des)orden es algo enteramente personal. Una persona organizada es posible que sea incapaz de trabajar en una mesa como la mía, al igual que yo tendría serios problemas en escribir en un escritorio pulcramente organizado. No hay normas en el proceso creativo, es la persona quien debe elegir de qué manera se siente más cómoda, independientemente de si queda visualmente bonito o no.
El caos es algo particular, nadie puede trabajar en el desorden del otro porque nadie conoce su modus operandi. No hay una forma mejor que la otra. No queramos seguir las normas de otros porque no están escritas para nosotros. De la misma manera que no podemos ser otra persona, tampoco podemos crear siguiendo las reglas de un tercero.
A mí no me importa si mi taza de café mancha la mesa, luego lo limpiaré. Tampoco me importa si mis folios se amontonan sin control o el bolígrafo yace suicida al borde de la mesa. Me importa lo que tengo delante, nada más. Esa es mi manera de trabajar, de nadie más. Nadie tiene que entenderla, tampoco imitarla, nadie tiene que hacer nada. Solo respetar que existe.
Cada uno tenemos nuestra manera de manejarnos en la vida y eso inevitablemente se refleja en nuestro forma de trabajar y de crear. Lo que a uno sirve, a otro no. Decidamos según lo que somos, acorde a nuestros valores. A los nuestros. A los de nadie más.
Danae