El calor ha llegado para quedarse. De eso no cabe duda. El ambiente se ha vuelto pesado, asfixiante y pegajoso. Hoy es una noche más de un verano prematuro, cabrón e insomne.
Hace un par de horas yo dormía. Hace un par de horas yo dormía hasta que un vecino decidiera que la 1:20 de la madrugada era una buena hora para usar la batidora. Dos horas después, soy incapaz de conciliar el sueño. Ahora él duerme. Yo no.
Se me pegan las sábanas del calor, el aire es caliente a pesar de tener las ventanas abiertas y noto cómo mis nervios van en aumento. Sé que si no me relajo, la noche va a ser más larga de lo que ya está siendo. No lo puedo evitar. Cuando a uno le despiertan, se cabrea. Ayer me despertó un mosquito. Hoy una batidora. Estoy doblemente cabreada.
Después de dar vueltas en la cama hasta marearme, de probar a respirar profundamente, de escuchar música relajante y de observar cómo todo fallaba estrepitosamente, me levanto de la cama y voy a la salita. Subo la persiana y abro la ventana de par en par. Algunos salones siguen iluminados. Hay quien no tiene que madrugar. Hay quien espera a que la casa se enfríe un poco para dormir plácidamente. Hay quien simplemente sufre insomnio.

Tengo los codos apoyados en el alféizar y observo como si la noche no fuera conmigo. Al levantar la vista me encuentro con un cielo estrellado. Las miro. Las observo. A las estrellas. Diferentes dimensiones, distantes y distintas, brillando allá arriba, como si alguien hubiera lanzado purpurina sobre un lienzo gris oscuro. El aire fresco me enfría la sangre y el cabreo disminuye. Me pregunto qué figura saldría si uniera las estrellas con una línea. ¿Encontraré en ellas la salida del laberinto? Supongo que no importa. Es solo curiosidad.
Los párpados me pesan. Vuelvo a mirar las estrellas. Qué maravilla, pienso. Todavía tendré que agradecer al vecino que me despertara. Me quito la idea de la cabeza. No quiero recordar el ruido. Bajo de nuevo la persiana y me voy a la cama. Pienso cuánto bien me ha hecho abrir las ventanas de par en par, dejar que el aire fresco de la madrugada sustituyera al que me asfixiaba, sacar la cabeza, observar las estrellas, soñar con robar una y cuidarla en secreto, dejar que el enfado saltara por la ventana y se estampara contra el suelo.
Solo así pude dormir.
Danae