Duerme ocho horas y bebe dos litros de agua, eso parecen ser los básicos de la vida. Eso dicen. Así de simple: duerme, bebe, vive.
Esta semana he pasado un par de noches pésimas. Me he despertado a las tres de la mañana nerviosa y no me he dormido hasta horas después. Qué suerte haberlo hecho, no siempre me pasa. No son noches fáciles. El nerviosismo, si me descuido, me puede hundir aún más en ese colchón que a veces me engulle para escupirme a la oscuridad. Pero hay que dormir ocho horas, claro.
Suelo dormir una media de cinco horas, os lo digo a ojo. No tengo una de esas aplicaciones que indique la cantidad y calidad de sueño. Lo que me faltaba, que algo me diga que no descanso lo suficiente como si yo no lo supiera. Duermo una media de cinco y suelo dormirlas mal. A veces mejor, a veces peor. Últimamente, ocurre más lo segundo.
Duerme ocho horas. Así de fácil. A mí que me cansa ser un despojo por las mañanas, que me pesan las ojeras, que el rostro se apaga, que las palabras se me atascan y la memoria se diluye, me dicen que duerma ocho horas, hay que joderse, como si no lo intentara.
Fantaseo con cómo sería si durmiera esas horas. Cómo sería no sentirme cansada, a veces malhumorada, a veces triste e impaciente, a veces todo junto. ¿Vería la vida de un modo más enérgico y positivo? ¿Sería mejor de lo que soy si durmiera esas malditas ocho horas? No parece que vaya a conocer la respuesta pronto.
Cuando paso noches tan malas, al despertar intento buscar el lado positivo. Se me ha hecho difícil porque en esa oscuridad, cuando no hay coches que rompan la calma, ni gritos de borrachos ni tampoco el sonido lejano de las televisiones ajenas, el silencio que tanto me gusta se vuelve agobiante y me ahoga. Es curioso que, en noches como las de esta semana, haya echado de menos esos ruidos que normalmente me molestan. Será que ese silencio me recuerda que todos duermen y yo no.
Al día siguiente, miro mis plantas y me alegra ver que están saliendo hojas nuevas. Qué suerte teletrabajar y hacerlo en pijama porque no tengo fuerzas ni para vestirme. Qué bien refugiarme en mi casa y agarrarme a mi taza de té y escuchar programas que me hacen reír y me arrugan los ojos y no el ceño.
Duerme ocho horas, bebe dos litros de agua, vive. Las dos últimas las tengo aprobadas, creo. La primera, me parece que de nuevo, la dejaré para septiembre
Danae