El arte de escribir a mano

Siempre que escribo a mano es una pequeña celebración, un hito minúsculo e inapreciable que apunto mentalmente como un evento que recordar. 

Cada vez escribimos menos a mano y sé que esto terminará por convertirse en un acto inusual. El callo de mi dedo anular, ese que se formó de tanto apoyar el bolígrafo y el lápiz en uno de sus costados, ahora es una pequeña dureza que de cuidarla un poco desaparecería por completo eliminando todo rastro analógico de mis manos. 

Nos hemos acostumbrado a escribir en el bloc de notas de nuestro móvil, en el ordenador, y cada vez son más quienes graban un audio con sus pensamientos porque no tenemos tiempo que perder.

Escribir a mano implica parar, reducir el ritmo y ya nadie quiere eso. También muestra las imperfecciones. En la sociedad de lo cuqui los tachones, los renglones torcidos, las anotaciones en los bordes o las flechas que nunca recordamos muy bien hacia dónde tienen que ir, no son bienvenidos.

Nuestra forma de escribir refleja nuestra propia personalidad. Yo siempre he sido de textos rápidos, de borrones, de trazos ilegibles por la urgencia, a veces alargados, otros compactos como si quisiera ahorrar espacio y sí también de hojas arrancadas, decenas de hojas arrancadas. En mi escritura se reflejan mis ansias de plasmar lo que me susurra mi mente, el miedo a olvidar lo que acaba de decirme, el desgarro de lo que desecho. Todo está ahí.

Lo que se ve y lo que no forma parte de lo que somos. Las palabras amontonadas, las frases inacabadas, los párrafos a medio terminar, los saltos de línea sin sentido, aquellos fragmentos que subrayamos porque no queremos que pasen desapercibidos en esa amalgama de trazos irregulares.

Escribir a mano refleja la expectación de empezar, los comienzos fallidos, las palabras equivocadas, la obligación, la diversión de quien disfruta con lo que está haciendo, el hastío de quien está obligado a rellenar el folio en blanco que tiene enfrente, todo está en los textos que escribimos a mano.

Lo que se esconde bajo los borrones, aquello que no utilizamos o nos disgusta también forma parte de quienes somos. La escritura impoluta, con colores y líneas rectas que leemos en nuestro ordenador muestran un resultado visualmente perfecto, pero no la evolución.

Escribir a mano nos expone al mundo, muestra nuestra personalidad, nuestra vulnerabilidad, nuestros errores, nuestros despistes… También visibiliza los rasgos que apreciamos y los que no: nuestra calma, nuestras ansiedades, nuestro perfeccionismo, todo está ahí, en cada trazo.

Danae

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