Este título que bien podría ser el de un cuento para niños, es el que encabeza un texto que escribí ayer por la noche. Uno de esos textos sencillos, sin estridencias, cotidiano pero que me apetece compartir.
Son las 00:30 de un sábado. No es demasiado tarde, al fin y al cabo es sábado, pero tengo sueño. Tengo sueño y soy incapaz de moverme del sofá. Fuera de los límites de mi manta hace frío y aquí estoy muy bien.
Hace un rato que he apagado la tele, así que mientras me armo de valor para salir de mi propio calor, invierto el tiempo en observar mi salón. Mi pequeño salón. El tendedero con la ropa aún húmeda está ahí, mirándome desafiante, sabe lo antiestético que es, sabe lo mucho que me molesta su presencia, pero el viento, la lluvia y el frío me obligan a eso, a tener ese maldito trasto a la vista. Sé que no voy a llegar a nada despotricando contra esa cosa que se sostiene triunfante sobre sus patas de no sé qué material, así que mis ojos continúan su camino. Recortes, libros, VHS, , DVD, la Game Boy, un cuadro y una planta. EL cuadro y LA planta. Lo viejo y lo nuevo. Ese cuadro que estaba ahí antes de que yo naciera, que me ha visto crecer, que me observa y al que yo devuelvo la mirada sin pudor alguno. Ese cuadro que mi tío pintó sin saber que iba a ser para mí.
La planta, regalo del mismo tío, todo queda en casa. Me lo regaló con la confianza de que iba a cuidar y querer a esa planta de flores moradas. Ha pasado poco más de una semana y, contra todo pronóstico, sigue viva. Hace unos días la vi alicaída y la regué, se repuso inmediatamente. Solo tenía sed. Yo respiré tranquila.

Así que aquí estoy con los platos sin fregar, con la ropa colgada y con un cuadro y una planta que mantienen su dignidad pese al caos que los rodea. Y por eso los cuido. A los dos. Al cuadro y a la planta. A uno por ser un regalo que me ha acompañado toda la vida sin ni siquiera ser para mí; a la otra por ser un regalo que, en realidad, es un voto de confianza en mis dotes jardineras.
Solo es una reflexión, de esas que no una no sabe muy bien por dónde va a salir. Tal vez sea el tiempo nada primaveral que hace que me fije más en los detalles o que estoy tan cansada que no me puedo ni mover y me entretengo viendo lo que me rodea. Al final, lo único que cuenta es que estoy aquí envuelta en una manta hablando de un cuadro y una planta, sin decir nada de ellos.
Tal vez sea hora de ir a la cama.
Como decía, sin estridencias, solo una reflexión nocturna de alguien con pereza de ir a la cama.
Sed buenos
Danae