El orden de las cosas

De niños nos dicen cómo hacer las cosas y cuándo es el momento idóneo de realizarlas, el por qué siempre se pierde entre tanta orden. Pero ya de adultos todo ese cómo y cuándo se olvida bajo el peso de todas las obligaciones y, al final, lo importante es hacerlo cuando se puede. No es que no hayamos aprendido nada de niños, es que de mayores es un sálvense quien pueda donde solo importa hacerlo lo mejor posible en el tiempo del que disponemos.

Es domingo. Me he levantado a las 10:00. He dado una capa de imprimación a un par de muebles antes del desayuno. Me he preparado el desayuno, he puesto la lavadora y he leído un par de capítulos del libro que tengo entre manos mientras desayunaba. Justo después, aún con la taza y el plato en la mesa, he cambiado unas tres veces la distribución de mi dormitorio-estudio con la esperanza de hacerlo más acogedor.

Son las 15:13. Tengo la casa como si me estuviera mudando por segunda vez. Me estoy preparando la comida y lo hago mientras bebo una copa de vino, porque es lo que hacemos muchos adultos cuando estamos hasta el moño, beber vino en pijama, porque los domingos en pijama son mejor. Y también en pijama he dado una capa de pintura a la parte superior de uno de los muebles.

Escribo estas líneas de forma intermitente, por desahogarme, porque mi casa parece un campo de batalla y tengo todos los trastos por el medio. Dicen que para ordenar hay que desordenar, y cómo me jode que nadie en concreto tenga razón, así que aquí estoy con mi copa de vino, mis muebles a medio pintar y la comida haciéndose en la sartén.

En todo este caos, con el gorjeo de las palomas y la televisión del vecino como sonido ambiente, puedo vislumbrar algo de orden. Un par de taburetes apilados en mitad de la salita sobre los que descansan una vela que hice a los 10 años, una ramita seca y una baldosa que uso de base de todo. El sol, sin buscarlo, convierte esta estampa improvisada en algo bonito, ordenado y calmado. Un oasis en medio de la nada.

Otra persona hubiera comenzado el día desayunando y no dando imprimación a un mueble, pero el orden y el desorden tienen un significado distinto para cada uno. El orden de las cosas cambia continuamente como también lo hacen nuestras prioridades, nuestras circunstancias, nosotros. Y la gracia de ese orden, es que no hay ninguno porque, como dicen, para ordenar hay que desordenar, cada día, cada momento, sin saber con certeza hacia donde puede llevarnos todo ese proceso.

Danae

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