Hace unos días el vicepresidente de Castilla y León, Juan García-Gallardo, anunció con más cara que espalda una serie de medidas antiabortistas —provida, lo llaman ellos—, que también incentivaría la natalidad.
Después de la bomba, el presidente de la comunidad, así como el Gobierno central han dicho que naranjas de la China. Gallardo a su aire, claro, incrédulo por no entender el revuelo de la noticia. Al fin y al cabo, no prohíbe nada, no es más que, según él y los de su partido, una vía para ayudar a las mujeres a ser madres.
Es curioso observar cómo el arrebato de la libertad se escuda, paradójicamente, en la defensa de la propia libertad. García Gallardo propone medidas «provida» porque la mujer que aborta es una egoísta que no sabe lo que hace, que no medita sus decisiones, ya que, como todos sabemos, abortar es un acto impulsivo igual que lo es repetir postre o comprar un pantalón que no necesitas en rebajas. Decisiones alocadas del momento, ya sabéis.
Escribo esto unos días más tarde, cuando la noticia ya no es tal cosa y lo que la mantiene viva es el eco de la polémica, pero he sentido la punzada de escribir acerca de ello porque la cosa es seria. Esta acción significa que vuelve a aumentar la presión en contra de la libertad, en contra del derecho de una persona a decidir. La polémica está servida y la semilla plantada.
Esta situación se contempla claramente en «El cuento de la criada» de Margaret Atwood. Sé que desde hace un tiempo el título está hasta en la sopa, no dejemos que eso borre el significado que esconde sus páginas.
¿Así vivíamos entonces? Pero llevábamos una vida normal. Como casi todo el mundo, la mayor parte. Todo lo que ocurre es normal. Incluso lo de ahora es normal.
Vivíamos, como era normal, haciendo caso omiso de todo. Hacer caso omiso no es lo mismo que ignorar, hay que esforzarse para ello.
Nada cambia en un instante: en una bañera en la que el agua se calienta poco a poco, uno podría morir hervido sin tiempo a darse cuenta siquiera.
Cansa tener que hablar otra vez de esto. Cansa tener que estar pendiente de si la imposición de las ideas va a ganar una vez más a la libertad de l individuo. Cansa observar cómo vivimos en la fantasía de la única verdad; de no permitirnos bajar la guardia porque eso implicaría ceder terreno, ceder nuestros derechos.
Gobernantes ignorantes, el pueblo que apoya solo a quienes defienden sus mismas creencias e intereses, el pensamiento que se nubla por prejuicios e ideologías sin base… Me cuesta ser optimista.
Danae N.