Esta semana, las habituales y pesimistas noticias sobre el virus han compartido portada con las elecciones estadounidenses. Ambos temas producen cabreos monumentales. Por un lado, un Trump (y simpatizantes) que no acepta su derrota y por otro, las personas que no aceptan las restricciones impuestas para intentar controlar el bicho.
Acostumbrados a tener todo lo que queremos, cuando no lo conseguimos o nos lo quitan, tenemos una rabieta. El problema es que la rabieta suele tomar un camino violento.
Hay una frase que se atribuye a Albert Einstein que dice más o menos que no sabía con qué armas se luchará en la Tercera Guerra Mundial, pero que la Cuarta será con piedras y palos. Que volvemos a las cavernas, vaya. Hemos avanzado a nivel tecnológico, pero en el emocional seguimos bastante atrasados.
Vemos en las noticias personas que se enfrentan a la policía por el toque de queda, personas que salen a manifestarse con sus armas colgadas en su cuerpo para defender una idea; personas que gritan sin decir nada, personas que agitan la bandera de su verdad, personas con miedo a perder lo que ya conocen. El miedo nos vuelve peligrosos.
Mis amigos y yo nos preguntamos cómo evitar toda esta situación provocada por la ignorancia y el egocentrismo. No está la cosa fácil. Siempre digo que la educación es la clave, aprender a pensar es la clave, desarrollar nuestra inteligencia emocional es la clave. No soy experta en nada, pero la lógica me lleva a pensar que si se trabaja la empatía y la colaboración entre los niños, si se les enseña a mantener su mente abierta, se convertirán en adultos empáticos que sabrán ponerse en el lugar del otro y a quienes no importará el triunfo individual sino el colectivo. Suena a utopía, lo sé. Todo lo que requiere esfuerzo suena a eso.
El mundo está cayendo en un pozo de enfado y desesperación que provoca más enfado y desesperación. Un mundo habitado por adultos que son niños caprichosos, que no quieren escuchar y que caminan a oscuras porque siempre estuvieron ciegos destrozando todo a su paso.
Saber de dónde proviene nuestro enfado es un paso para erradicar ese odio permanente hacia todo lo que nos rodea, empatizar nos ayudará a comprender, y comprender nos llevará a manejar mejor la situación y tal vez, a conseguir una solución. Pero lo dicho, es difícil. Difícil admitir que somos unos mimados, difícil admitir que el problema puede ser nuestro, difícil descubrir cuáles son nuestros demonios y difícil ponerse en el lugar de quien tenemos a nuestro lado. La utopía, ya sabéis.
Danae