Últimamente pienso mucho en esto de vivir. Dicho así parece absurdo, pero no puedo evitarlo. Supongo que porque, hasta hace relativamente poco, no me había dado cuenta de todo lo que conlleva.
Observo con tristeza que la vida se asocia a un movimiento frenético que solo paramos en seco para enfrascarnos en una película o serie.
Tendemos a pensar que la vida se mueve en los extremos. Nacimiento, muerte. Tristeza, alegría. Blanco o negro. Una cosa u otra. Lo del medio, se queda en un segundo plano.
Cuando uno empieza a dar sus primeros pasos algo tambaleante e inseguro, descubre que lo fácil no es moverse entre los dos puntos más alejados entre sí, sino saltar directamente de uno al otro.
La mente se mueve entre esas dos aguas. Es lo que recordamos. El arriba y el abajo. La fiesta y la resaca. No se mueve en el café de la mañana, en la película del sábado por la noche o en la música que escuchamos mientras miramos a no se sabe qué.
Asociamos la vida al movimiento, no a la quietud. A las emociones intensas no a las apacibles. Nos gusta el oleaje salvaje chocando contra la roca, no las olas suaves que nos mojan los pies en la orilla. La quietud se asocia al aburrimiento, a la soledad, a la muerte. Si quieres sentirte vivo tienes que saltar, correr, moverte. No nos damos cuenta que vivir es todo. No hay momento de descanso, porque no podemos descansar de vivir.
Todo aquello que no forma parte de nuestro plan para cumplir un objetivo, lo consideramos vida de segunda clase. Sin embargo, resulta que todo entra dentro de la misma meta: vivir. No hay vidas de segunda clase. Eso no existe. Se vive o no se vive. Fin.
¿Qué pasa con la vida calmada? ¿Qué ocurre con la que mantiene los silencios? ¿Dónde está la vida que lo es por derecho propio? ¿Dónde está la vida entre el café de la mañana y la infusión de la noche?
Vivir lo que permanece escondido entre las carreras y la prisa no es dejar de vivir. Es respirar profundo. Es ver lo que nos rodea con perspectiva. Disfrutar de lo que hay en medio del despertar y la vuelta a la cama no es un descanso de la propia vida.
De vivir uno solo descansa cuando muere, por eso no hay tiempo que perder. Ir deprisa no es vivir más. Ir despacio no es vivir menos. Vivir es estar, y disfrutar estando. En gerundio. Punto.
Danae