Vivimos en una sociedad en la que, afortunadamente, podemos expresarnos libremente. Desafortunadamente, esto no es verdad. Bueno, más bien es un sí, pero no. Me explico: en países donde podemos hacer o decir lo que queramos sin que suframos consecuencias por ello, existe una doble tendencia a:
- Decir lo que a uno le dé la gana sin pensar en si sus palabras pueden resultar hirientes escudándose en el «es mi opinión».
- Ofenderse por absolutamente todo aunque nadie haya dicho nada despectivo u ofensivo.
Dos corrientes que se mueven de forma paralela y que, a veces convergen en una sola porque no son pocas las ocasiones en las que «opinador» y ofendidito resultan ser la misma persona.
Nos olvidamos de que todas las opiniones son válidas, no podemos silenciarlas simplemente porque no estemos de acuerdo con ellas. Sin embargo, y aquí viene lo complicado, haríamos bien en diferenciar opinión y juicio, porque sin darnos demasiada cuenta o más bien ninguna, lanzamos dardos envenenados que, consciente o inconscientemente, hieren a esas personas a las que van dirigidos.
Toda la vida han existido individuos que exponen su criterio sin que se les haya preguntado por él. Con las redes sociales, esa, llamémoslo manía, ha alcanzado unos niveles insospechados. Todos pueden acceder a tu contenido y por tanto compartir su parecer. Tú no puedes decir ni mu, claro, porque es un país libre y punto. Y no importa que te llamen anoréxica, puta foca, travelo, maricón de mierda o lo que se les ocurra, porque si no quieres que te insulten, no te expongas; y si te lo dicen a la cara -de esos hay pocos- tampoco te atrevas a defenderte porque de nuevo el problema es tuyo, por ser quien eres, no es esa violencia reprimida que focalizan en ti, no. Eres tú.
Todos juzgamos. Todos tenemos prejuicios. Todos. Sin excepción. Ese no es el problema. O, mejor dicho, no es el mayor de nuestros problemas. Lo realmente preocupante es que esos prejuicios se convierten en palabras violentas, que atacan, hieren y humillan a quienes van dirigidas. Deshacerse de esa vocecita que no opina sino juzga, que no abre caminos sino que los cierra es complejo, sobre todo cuando no solo estamos convencidos de no estar haciendo nada malo sino que además nos creemos con todo el derecho a hacerlo.
Las opiniones que llevan consigo un juicio no son opiniones, son dardos que buscan herir, pensamientos o acciones que pretenden silenciar y humillar al que las recibe. Es miedo disfrazado de odio. Ni más ni menos.
Danae