Escapar del presente y la nostalgia

Hace unos días hice una escapada a uno de esos lugares de mi infancia cuya estancia con el paso de los años se ha ido haciendo cada vez más breve hasta reducirse a las contadas comidas familiares. Era necesario. Escapar. De la rutina, del trabajo, de los ruidos de la calle, de la gente, de los desconocidos, de la vida normal que a veces nos aplasta de forma silenciosa. 

Ha sido curioso volver a pisar las calles de un barrio que siempre he llamado pueblo. Caminar sin mirar el reloj, sin prisas, aprovechando que todos trabajan menos yo. Tomarme algo en una terraza, mirar con recelo todas esas mascarillas colocadas en los codos, las sonrisas abiertas, la voz alta, el deseo de la normalidad que a mí tanto me cuesta alcanzar. 

Tengo que tener cuidado porque soy bastante nostálgica, y la nostalgia en grandes dosis nos impide crear nuevos recuerdos, puede convertirse en una carga molesta que si nos descuidamos escuece como la sal en una herida. Sabemos que cualquier pasado no fue mejor, pero qué bien estábamos en aquel momento, en aquel lugar, con aquellas personas ¿verdad? La nostalgia nos idealiza un pasado que no fue perfecto, es su trampa.

Durante tres días he vuelto a andar por los mismos paseos y calles tan diferentes a las de antes, pero tan iguales. Lugares por donde caminaba con mi abuela, a la que miraba con esos ojos grandes y llenos de curiosidad porque nunca me había encontrado a una persona como ella, aún hoy sigo sin encontrarme a alguien como ella.

Este lugar de playa y monte, esta vida de barrio, estas calles que tanto me han gustado y que me siguen fascinando… todo esto es lo que yo llamo hogar; y qué curioso que como este año no he podido irme a ningún lugar haya decidido zambullirme en mi memoria y crear nuevos recuerdos.

Hay quien asocia el hogar al lugar en el que nació o creció, yo no. Yo lo asocio a esos paisajes, a unos recuerdos que me envuelven como una manta suave. Llamo hogar a esos acantilados no aptos para quienes sufren vértigo, al viento del Cantábrico cerca de aquel molino, en esa parte tan alta que casi puedo tocar las nubes y a las pequeñas casas del puerto que nada tienen que envidiar a las casas de lujo cerca de la playa.

En mi escapada he vuelto al pasado y me he mantenido firme para añadir a mi memoria nuevos paseos, nuevas personas y nuevas vivencias, para no caer en la nostalgia que duele y poder seguir llamando a este lugar hogar.

Danae