Esperas y decepciones

El otro día leí una frase en Instagram de Sylvia Plath que me recordó a aquella Danae apática y desencantada con la vida: “Si nunca esperas nada de nadie nunca te decepcionarás”. Todos hemos pasado momentos en los que nos sentimos desengañados, traicionados o heridos, y es en esos instantes cuando uno preferiría vivir alejado de todo aquello que, si bien puede hacernos felices, también puede provocarnos dolor.

Nos pasamos la vida esperando. En las filas de los supermercados, en el banco, también a que llegue nuestro pedido online; esperamos al amor de nuestra vida, al viaje de nuestro sueños, a la vida deseada, a que nos digan lo que queremos oír y a tener valor para decir lo que no nos atrevemos a pronunciar… esperamos, y de tanto esperar es inevitable llevarnos alguna decepción.

Es evidente que si no esperas nada de nadie, si no te ilusionas, si no te expones al mundo no habrá decepción y, por tanto, tampoco dolor. El problema es que tampoco vivirás de forma plena. No se puede tener todo. Uno puede pasar por la vida de puntillas, evitando querer, ser querido; puede elegir no hundir los pies en el barro, no hacer nada, alejarse de todo y enfundarse una armadura que, día a día, se hará haciendo cada vez más gruesa. Uno puede hacerlo, pero no debería si lo que quiere es vivir.

Vivir o no vivir, esa es la cuestión. Vivir implica rasparse las rodillas, romperse el alma, convivir con cicatrices que nos recuerdan malos momentos que queremos olvidar. Por mucho que nos escueza, debemos convivir con las dos caras de la moneda: dolor y alegría. Siempre hay dolor. También alegría. Vivir es exprimir cada momento por encima de nuestras posibilidades y afrontar sus consecuencias, buenas y malas.

Por el contrario, no vivir significa no exponerse, no arriesgarse, esconderse del dolor, pero también de la alegría y la felicidad, de esos momentos de plenitud que solo conseguimos lanzándonos de cabeza a la piscina. Si eliges la vida, te llevas el paquete completo. Lo tomas o lo dejas.

Las decepciones son inevitables. Nos ilusionamos por algo y no sucede, confiamos en alguien y nos defrauda, pensamos en que algo va a salir bien y todo se tuerce. No nos engañemos, la vida ahoga. Nos da y nos quita. Es la ley no escrita que nos negamos a aceptar. La odiamos, la amamos. En bucle. Y mientras estamos en ese bucle debemos decidir si nos arriesgamos y esperamos sabiendo que algo puede salir mal, o nos apartamos y vivimos a medias.

Danae