Hace unos días tuve que ir al hospital para que me quitaran un lunar. Rompí en dos mi jornada laboral para caminar hasta el médico. A la salida, estaba algo mareada, noté cómo hurgaron en mi piel y eso derivó en un sutil mareo que me acompañó durante buena parte de la mañana. Había sido fácil e indoloro pero, sin razón aparente, tal vez por el mareo o por la impresión del momento, notaba cómo todo comenzaba a ir más deprisa. Todo menos yo. Y así, sin venir a cuento y sin darme cuenta, me puse a observar.
Estaba lloviendo, la gente caminaba rápido: estudiantes de enfermería, familiares de pacientes y personas que estaban en esas calles de paso. El tráfico seguía su curso ajeno a mis reflexiones, a mi lentitud, a la vida en general. Los conductores querían llegar a su destino. Yo también, pero me estaba costando.
Antes de cruzar la carretera, me fijé en un árbol. Un árbol que siempre ha estado ahí. Siempre diferente e indiferente. Podría decirse que muda de piel según la época del año si los árboles pudieran mudar de piel. De sus ramas verdes y mojadas brotaban unas pequeñas flores blancas. Flores blancas que contrastaban con el día plomizo, con el humo de los coches, con el ánimo de muchos de los que pasaban a su lado.
Un árbol que transmitía frescura, vida en un entorno plomizo y triste. Unas flores pequeñas que, desde sus ramas, aportaban luz a quienes andábamos perdidos. Muchos opinarán que es una fotografía pésima. Puede que tengan razón. No soy buena fotógrafa. Nunca lo he sido. He de confesar que tampoco he puesto demasiado empeño en mejorar. Me gustan las fotografías rápidas, sin pensar en lo que estoy haciendo, solo pulsar el botón. A veces sale bien. Otras muchas no. Nunca me he preocupado de ello, puede que esa sea la razón por la que no triunfe en Instagram.
Soy más de realidades movidas, borrosas y mal encuadradas, más de mundos de belleza irregular que buscan su lugar en un universo que realmente nadie conoce. Puede que, simplemente, mi mente se haya inventado todas esas realidades para justificar mi escasa habilidad con la cámara. Quien sabe, mi imaginación no tiene límites.
Recorrí el camino de vuelta al trabajo sin pensar en mucho más. Esperando a que el mareo se me pasara, a ver más árboles con flores blancas que me animaran la vuelta al trabajo y rompieran con la monotonía del asfalto gris y las casas tristes. No fue así.
Al final del día, mi mente lo simplificó todo en mareo y flores blancas. Es lo único que recuerdo. Tal vez lo único que importe.
Danae