Hambre

Soy de las que se levanta con hambre. Hambre de cama, de cinco minutos más, de la tranquilidad de la madrugada y de la oscuridad perezosa.

Me levanto a regañadientes, como una niña pequeña. Refunfuño en alto porque sé que nadie me va a oír ni a juzgar, porque aunque lo hicieran, a estas horas me importa bastante poco.

La camiseta torcida, el calor del nórdico aún intacto en mi piel, los resquicios de una noche que lo mismo duermo mal que duermo peor. Los pies que se asustan al sentir el frío del suelo, el contraste de la calma nocturna con una realidad aún por definir.

El agua fría en mi cara es la bofetada definitiva que necesito para despertar, las gotas que recorren parte de mi cuello y que se cuelan por dentro de este pijama del que dentro de poco tendré que desprenderme.

Me tomo mi vaso de agua caliente con limón mientras escucho mis tripas desperezarse porque tengo hambre, pero lo tomo con calma. Desayuno mi café con tostadas o lo que surja porque en este momento solo quiero saciar este vacío que nunca termina de llenarse.

Siempre me quedo con ganas de más, de comida y de todo lo que me dibuja una sonrisa, aunque la primera siempre me la provoque el olor a café recién hecho.

Tengo hambre de saludos matutinos con voz ronca porque algunos parece que nunca terminan de desperezarse, hambre de comentarios absurdos y de comedia donde algunos solo ven drama.

Estoy hambrienta de amigos, de caricias, abrazos y sonrisas, de esas que ya apenas se ven, de lágrimas de risa que no me faltan, pero que nunca están de más. Hambre de sol y del aire frío que enrojece mi cara, de los paseos sin gente y las calles recién abiertas.

Tengo hambre de bajar al súper en pijama, de cuadernos sin abrir, de libros sin leer, de copas de vino que se terminan demasiado rápido y de una tranquilidad que no parece llegar.

Estoy hambrienta de labios pintados, de palabras prohibidas, de miradas directas, de silencios cómodos, de roces bajo la mesa, de besos en la parte más oscura del bar, de los mensajes de madrugada y de tomar la última en cualquier rincón de la ciudad.

Tengo hambre de ti y de mí y de nosotros. Ese nosotros que elijo con cuidado para no llevarme disgustos que, sin embargo, nunca consigo evitar.

Siempre estoy hambrienta porque nunca tengo suficiente de todo aquello que me salva de la amargura, porque me sabe a poco, aunque ese poco lo sea todo en el instante.

Danae