Gastamos tiempo y energía intentando averiguar lo que piensan quienes nos rodean, lo que sienten… para conseguirlo, a veces es tan sencillo como observar el contenido de su cesta de la compra. Esta refleja lo que somos: deportistas, elitistas, carnívoros, veganos, vegetarianos, amantes de la comida basura… La compra nos representa sin filtros ni máscaras, lo que hay en la cesta es lo que somos.
Los supermercados albergan todo tipo de historias. Desconocidas, diferentes, iguales y si prestamos atención, podemos ser testigos de todas ellas. Empatizamos con la tristeza de quienes se han provisto de comida basura con la intención de desaparecer durante unas horas, envidiamos a quienes sabemos que van a celebrar una fiesta por la cantidad de alcohol y comida que sobresale de su carro y miramos con paciencia el carro lleno de quien ha hecho la compra del todo el mes.
Uno puede bajar a la compra como le dé la real gana, puede que sea de los pocos sitios en los que uno pasa desapercibido. Nos da igual si Fulanito baja en pijama o Menganita va vestida de punta en blanco. No hay juicios en un súper, solo productos que comprar.
A veces, cuando entro en un supermercado, recuerdo aquel sueño que tenía de niña, ese en el que me quedaba encerrada en el supermercado de mi barrio. Con cinco años uno quería ser astronauta, la paz en el mundo y quedarse encerrado en un lugar en donde poder comer todas las porquerías que nos eran prohibidas.
De niños, queríamos lo prohibido; de adultos, todo. Antes teníamos a nuestros padres que frenaban nuestros deseos; ahora a nosotros, algo que provoca largas discusiones con nosotros mismos.
Volcamos nuestras inquietudes en la cesta de la compra. Nuestros sentimientos se reflejan en los productos que descansan en esta, en la manera en la que andamos por los pasillos, en la indecisión ante dos productos similares, en la ropa que vestimos… hay centenares de historias en esos recipientes de plástico. Historias únicas. Cotidianas. Nuestras.
Una servidora que está helada de frío, solo puede pensar que, en el fondo, lo único que necesitamos en días como hoy es un buen sillón, una película que nos guste y una de esas bolsas de snack que compramos en el supermercado de la esquina, porque a veces, la buena vida se reduce a un bol de patatas fritas y una manta que nos proporcione calor.
Danae