Huele a verano

En el momento en el que ponemos un pie en junio, nuestra mente visualiza su siguiente objetivo: las vacaciones. Por el sol, el calor que ya hace que nos quitemos la chaqueta, porque es junio o porque simplemente tenemos ganas de dar un portazo y olvidarnos de todo, huele a verano.

Me doy cuenta de que hace cuatro años que no voy a ningún sitio. Ni escapadas, ni festivales, ni un viaje como los de antes. Las circunstancias, tanto externas como propias me lo han impedido. No lo digo con resquemor ni frustración, si acaso algo de pena al recordar que tengo entradas para ver a mi querida Patti Smith y este año tampoco ha podido ser. Tal vez el que viene sea el de verdad, al fin y al cabo, a la tercera va la vencida.

Huele a verano y no puedo evitar pensar en las vacaciones de mi infancia, en esos quince días que pasábamos con mis abuelos paternos en Benidorm. Durante esas semanas, la rutina era la misma: playa, piscina, minigolf, pasear, tomar un refresco en La ballena azul, un bar que ya poco tiene que ver con aquel en donde yo jugaba al billar.

Las actividades variaban muy poco y los días parecían iguales, pero no me importaba. Era algo diferente, aunque todos los años fuera lo mismo. La misma rutina diurna y las noches iguales con calor, mosquitos y los gritos de borrachos que oía desde la habitación que compartía con mi hermano, en aquel piso situado en la planta catorce.

Era la vida fácil. La decisión más complicada consistía en elegir entre un Twister de chocolate o un Calippo. Eran veranos sin preocupaciones, donde solo nos importaba pasar el mayor número de horas en el agua. Veranos en los que nuestra madre era la encargada de preocuparse por nosotros, porque por aquella época nos creíamos inmortales.

Recuerdo esos días sin nostalgia, tal vez porque nunca me ha gustado el calor, ni los viajes largos en coches sin aire acondicionado o en trenes cuyo traqueteo te mecía hasta tirarte al suelo. Pienso en ellos con cariño, eso sí. Consciente del cambio, de ese antes y este ahora; del después que supuso la ruptura definitiva con una ciudad que nunca he sabido querer.

Hoy huele a verano y no pienso en grandes viajes o vacaciones eternas. Solo quiero volver a los festivales de tres días, a los conciertos en cualquier lugar, a la cerveza fría, a las canciones grabadas en el inconsciente, a la despreocupación efímera; no porque me crea inmortal, sino porque no lo soy.

Danae