Intimidad

Intimidad. La nada. El todo.

Siempre he sido una persona a la que le cuesta bastante coger confianza y, por ende, también llegar a una intimidad que me pertenezca solo a mí y a la otra parte implicada. Es por eso por lo que tengo tanto respeto a ese término que a veces me hiere con solo pronunciarlo.

Hablar de intimidad entre dos personas, siempre nos lleva a pensar en el sexo. Sexo es intimar, intimar es sexo. ¿Verdad? Bien, esto no va así. La intimidad va más allá del sexo y de las caricias, es la confianza más pura, es la desnudez del alma. Intimar es abrirnos en canal, dejar que lo que guardarmos dentro salga fuera y envuelva a la persona que tenemos enfrente, con todas sus consecuencias.

La intimidad es mostrarse como uno es sin tapujos. La intimidad es ser en el sentido más puro de la palabra. «Solo» eso. Por eso a tanta gente le da más miedo ir al psicólogo que al dentista, porque se encuentra desnuda ante el otro sin protección.

Si esa intimidad se rompe, el dolor puede paralizarnos y hacernos pensar dos veces el volver a sumergirnos en ese estado de desnudez emocional. Puede ocurrir que, de tanto pensar, nunca lleguemos a disfrutar de nuevo de ella, porque su recuerdo puede convertirnos en unos cobardes.

Como ya comenté en la entrada Esperas y decepciones, al eliminar el dolor de la ecuación se deja de lado también lo bueno. En la película Call me by your name lo expresan a la perfección: «ahora mismo hay sufrimiento, dolor, no aniquiles con él el placer que has sentido». Es tentador mandarlo todo a la mierda, cerrarnos en banda, pero al evitar el dolor borramos la alegría, al esquivar las lágrimas huimos de la sonrisa. No nos damos cuenta que todo es uno, que no puede existir una cosa sin la otra.

Por fortuna o por desgracia, nuestras historias no duran lo mismo que una película, nadie grita «corten» para volver a nuestras vidas, y esas frases las sentimos como una impertinencia. En la realidad, el dolor quema, el recuerdo del silencio de nuestras conversaciones y del sonido ambiente de nuestras emociones, queman, y la intimidad rota, nos destroza.

Ante eso, ante esa intimidad rota, uno debe decidir si seguir caminando o buscar un desvío, si volver a desnudarse o quedarse con algo de «ropa», por si acaso. La intimidad es lo que tiene, nos lo da todo. Nos lo quita todo. Y eso da miedo.