Sí niños, el domingo es San Valentín. Os habréis dado cuenta por la sobreproducción de bombones, los escaparates saturados de globos con forma de corazón y, por supuesto, las ofertas de cenas románticas. Pero no voy a hablar de asuntos valentinianos porque, ya hablé sobre el tema y no voy a volver a lo mismo, porque la historia es literalmente la MISMA.
Como ha sido una semana un tanto ajetreada entre otras cosas por mi reciente incorporación al equipo de weloversize, no he tenido tiempo de revisar y pasar las entradas escritas en mi libreta azul, así que si estoy aquí no es para colgar un texto al que aún le falta una vuelta, sino más bien para compartir con vosotros el fragmento de un libro.
Con tanta saturación de ideas y con una inutilidad aguda para la organización, he vuelto a retomar el hábito de leer en la cama – había olvidado lo reconfortante que es acostarte con un libro- con el fin de desconectar y evitar a toda costa morir aplastada por un alud de pensamientos y folios garabateados. El libro que ocupa mis noches es mi última adquisición “Una palabra tuya” de Elvira Lindo – sí, sigo alimentándome de lo que encuentro en las librerías de segunda mano, no esperéis títulos actuales- y el fragmento que quiero compartir lo encontraréis en la página 54, en el que se habla del hombre ideal y en el que nos tira la verdad a la cara con una sencillez que amarga. Es uno de esos fragmentos sencillos, que a simple vista no parece tener nada especial y que, por supuesto, me gustaría haber escrito a mí, para qué vamos a mentir.
«(…) Tú te construyes un tipo de hombre en la cabeza, un hombre con cierta cultura, que te escuche, que sepa conversar, que a la hora de hablar en una cafetería sepa hablar y engatusarte con sus argumentos y a la hora de echarte un polvo lo haga como un macho sensible, que es para mí la descripción perfecta de mi ideal, macho sensible, en otras palabras, hombría más ternura; tú vives con esa esperanza con esa idealización, pero luego la realidad es otra bien distinta. Si un hombre te gusta olvidas la barriga, el mal aliento de después del sueño, el sonido de las tripas, los ruidos del váter, todo eso, imagino yo, debe quedar en un segundo plano, la miseria debe quedar oculta por el amor (…). He vivido siempre en la contradicción de tener el listón de mi ideal masculino muy alto pero he tenido que ajustarme a lo que la vida me ofrecía, porque si no, hablando claramente, no me hubiera comido una rosca.
(…) Milagros me decía que yo busco en la vida una perfección que no existe, Milagros decía que yo buscaba en los demás una perfección que yo no tengo.»
Y es así niños, es la historia sencilla y mundana de siempre, la de estar por casa. Es el enfrentamiento rutinario, es el ideal frente lo real; lo que queremos frente lo que hay; sueño frente realidad. Es la hostia en toda la cara, el jarro de agua fría que nos despierta, porque nuestro ideal no encaja con lo que tenemos, pero está bien y olvidas todo lo demás porque hay que ajustarse a lo que la vida nos ofrece, a la realidad; y eso, en más de una ocasión, es mucho mejor que lo imaginado.
Sed buenos.
Danae.