Un día cualquiera, encendemos la televisión y vemos que si el asalto al Capitolio en Estados Unidos, que si la ignorancia y el miedo toman forma de violencia, que si la tercera ola del virus… todo eso sumado a nuestras propias preocupaciones, que bien merecerían un noticiario aparte. Sin embargo, la vida, de un modo u otro, nos ofrece un respiro.
Esta semana, ese respiro ha tomado forma de nieve. No para todos, claro. Quienes hemos sufrido más la lluvia que otra cosa, vemos con bastante envidia las redes sociales llenarse de imágenes puramente invernales, de muñecos de nieve y de una ilusión que casi podemos tocar a través de la pantalla.
La nieve ralentiza el tiempo, los copos de nieve caen tranquilos ajenos a la expectación que les rodea, caminamos despacio, observamos cada rincón como si fuera algo nuevo, las formas blancas que insinúan objetos cotidianos que ahora vemos diferentes. El paisaje de siempre, el que hemos caminado cientos de veces, se convierte en algo totalmente distinto.
La blancura de las calles, antes de que el barro y el hielo hagan intransitables las avenidas, nos proporciona una perspectiva nueva: la de un niño. Nos hace ilusión ver nevar, nos hace ilusión dejarnos caer al suelo para formar ángeles en la nieve, tirarnos bolas, jugar porque no siempre tenemos una excusa para hacerlo, como si realmente la necesitáramos. La nieve nos conecta con ese lado infantil que tanto ignoramos.
Hay muchas personas que miran con pereza a aquellas que disfrutan de esa nieve rara en ciudades como Madrid. Yo, desde mi envidia, miro todas esas fotografías y veo la ilusión en los ojos de muchos, y procuro contagiarme un poco de esa ilusión, y cojo prestado los recuerdos presentes de muchos para convertirlos en propios; y aprovecho para bucear en mi memoria y recuperar la primera vez que vi caer los copos de nieve o rememorar aquella alegría infantil que experimenté al ver las calles blancas para sentir de nuevo esa felicidad congelada en un solo instante.
No hay que ignorar que este temporal también tiene sus cosas negativas, sería absurdo decir lo contrario, pero quiero quedarme con esa ilusión que tan pocas veces se ve, porque necesito quedarme con ella. Todos sabemos que, de un modo un otro, después de la tempestad siempre viene la calma. Sepamos valorarla, apartemos el dolor, la rutina y las preocupaciones, y abracemos esa calma, y guardémosla en nuestra despensa para cuando más la necesitemos.
Danae