La tranquilidad en mitad del caos

A veces pasa. Noticias tristes que pueden llegar a sobrepasarnos si bajamos la guardia.  Es así de sencillo. Sin vaselina, ni colchón que amortigüe la caída, andamos doloridos sin saber muy bien el cómo ni el hacia dónde ni mucho menos el por qué. Y lloramos. O no, no todo el mundo tiene facilidad para llorar, yo soy experta en derramar lágrimas y en guardarlas en frascos de cristal para futuras sequías, pero el número de estas no es proporcional al dolor que sentimos ni a la pena que nos envuelve. Que nadie os engañe, eso no va así. Llorar está bien pero puede resultar engorroso, la cara se vuelve de color rojo, nuestros ojos se hinchan y las muecas afean nuestro gesto… llorar si no es de risa, nos hace feos. Mal negocio. Solo es una forma de desahogo como cualquier otra.

En ocasiones, las emociones se burlan de nosotros y prefieren provocarnos una risa nerviosa, incontenible y, por supuesto, inoportuna. A veces sucede, puede que sea incorrecto pero también inevitable. Lo sabes, tú, yo, todos. A veces hay que dejarse llevar aunque no tenga sentido. Solo a veces. Aunque nos miren mal, nos juzguen y señalen.

paolo roversi
Paolo Roversi

En realidad no pasa nada. No puede pasar nada porque seamos sinceros, nos importa una mierda. Y es justo en ese vaivén de risas, lloros y explosión de emociones cuando aparece ese instante en el que el mundo parece detenerse y nos da un respiro. Todo parece flotar en el aire, las miradas desvían su trayectoria de nosotros, el dolor se desvanece por unos segundos, el ruido remite y hay algo en el ambiente que parece decirnos «no pasa nada, tómate tu tiempo». Es la tranquilidad en mitad del caos. Es el momento en que todas nuestras emociones se miran, se dan la mano, callan y nosotros suspiramos aliviados. Ya está. Es solo un momento. Una infinidad que dura un parpadeo. Es solo un instante que nos ayuda a coger aire antes de ser bamboleados de nuevo por el oleaje.

Es la paz fugaz que nos recuerda que no todo está perdido. En realidad nada lo está. Es solo la oscuridad que nos asusta, el dolor que nos quema, la ausencia que nos duele… es «solo» que volvemos a ser unos niños asustados y las sábanas ya no son suficientemente gruesas para protegernos. Solo es. Y entre tanto «solo» y tanto «mucho», aparece ese momento de tranquilidad.

Sed buenos
Danae