Últimamente pienso mucho acerca de los bienes materiales. Qué es considerado básico y qué un capricho o despilfarro, dónde reside el límite entre lo que entendemos como mucho y poco. Son conceptos que no deberían ser complicados de explicar pero que, sin embargo, su definición depende más de la propia persona que de cualquier otro factor.
Lo que sí parece que tenemos claro es que por mucho que soñemos con grandes áticos, viajes alrededor del mundo y una cama cubierta de billetes de 100 para revolcarnos cual cerdo en su pocilga, nos gusta centrarnos en las pequeñas cosas. Hay que reconocerlo, en ellas es en donde reside la felicidad y en su consumo encontramos el verdadero placer. Eso está muy bien, pero parece que siempre necesitamos algo más. Queremos más. Más de todo. Entonces mi duda acerca de lo que es mucho y poco regresa de nuevo.
Hoy es un día lluvioso, el sonido del viento rompe el silencio de un domingo que avanza despacio pero sin pausa y me he puesto a pensar en todos esos «muchos» y » pocos» y en todas esas pequeñas cosas que me alegran la vida para, sin darme cuenta, descubrir que en todos esos momentos/deseos/fantasías/loquesea -muchos, pocos y pequeñas cosas- hay un mordisco de por medio. Parece una afirmación absurda pero pensadlo bien: la mayoría de las ocasiones en donde hay placer de por medio hay mordiscos: el sexo, la comida… la vida. Todo está marcado por nuestra dentadura.

Somos los mordiscos que recorrieron nuestro cuerpo, nuestro cuello, nuestros sentimientos más ocultos… aquellas mordeduras que incluso se llevaron un pedazo de nosotros. Nosotros también mordemos, a veces suave, a veces marcando nuestros dientes en un cuerpo que queremos conocer y pasar junto a él una noche o una vida, lo que surja. El mordisco de la primera comida que nos sacia el hambre voraz, el del alimento prohibido que se convierte en el más deseado y más placentero, el primer mordisco del bocadillo que mamá nos preparaba para comer a la salida del colegio. El mordisco que marca, el que duele y el que nos hace gemir. Hay mucho placer en cada uno de ellos, aunque a veces escueza, nos gusta ser mordidos. También morder. En realidad, la vida transcurre entre mordiscos y bocados y alguna que otra indigestión.
Si hacéis como yo y repasáis vuestra vida y parte de vuestras fantasías, observaréis que el mordisco aparece en demasiadas ocasiones como para ignorarlo. Pensadlo bien: el máximo placer en un solo instante, en un solo mordisco. No necesitamos más.
Sed buenos
Danae