Enfrente de las ventanas de mi dormitorio que hace las veces de oficina, biblioteca y gimnasio improvisado, hay un edificio enorme, una mole de un beige ensuciado por el humo de los coches, con dos portales y cuyos habitantes entran y salen constantemente.
A la altura de mi piso, veo uno de los pocos balcones que no está cerrado. No es muy grande, lo necesario para colocar un colgador para la ropa y una silla en donde poder sentarse y tomar el sol, el fresco o lo que uno considere oportuno. En ese piso vive una pequeña familia: una pareja, una niña y la abuela. Sé que el padre-marido-tal vez hijo, es repartidor de Glovo. En alguna ocasión le he visto con su bicicleta cargado con esa enorme bolsa cuadrada de colores chillones.
La abuela sale todos los días a la terraza abrazada por su albornoz. Una señora menuda, con su pelo corto, bien peinado, que parece que mira sin ver, pero qué sabré yo que no veo bien de lejos. Suele sentarse en la silla de plástico que sirve tanto de asiento como de base para secar las toallas de la playa; pero hay ocasiones en las que prefiere apoyar los codos en la barandilla y observar a la gente de allá abajo como seres ajenos a ella, absortos en la corriente de la rutina.
A veces, cuando la veo ahí sola, me pregunto por su vida. Si lee, si teje, si cocina, si su familia le hace caso y al revés, si le gustaría salir más a la calle, si ayuda a su nieta con los deberes, si hace pilates o judo, si por las noches se deshace de su albornoz y anda por los tejados; si cena pizza o prefiere una tortilla francesa, si se ríe de los chistes tontos, si sonríe a la nada o si prefiere la seriedad y el silencio.
¿Habrá tenido una vida de la que sentirse orgullosa? ¿Es la que eligió o fueron otros la que decidieron por ella?¿Qué hará con la que aún le queda por vivir? Eso también me lo pregunto, claro.
Tengo curiosidad por una vida que no conozco, supongo que para descansar de la mía propia. Quién sabe, tal vez ella también se pregunte por esa chica a la que ve regar sus plantas y pasa gran parte de su tiempo con la vista puesta en sus pantallas de ordenador. Qué loca, pensará, que apenas observa lo que ocurre ahí abajo.
Danae.