Hace unos días, mientras desayunaba, me vino a la cabeza la imagen de Keanu Reeves y Diane Keaton en la gala de los Oscar. No tengo ni idea qué galardón presentaban, solo vi una fotografía. Un momento congelado que guardar en mi nevera de los recuerdos. No sorprenderá a nadie si digo que, desde cría, siento verdadera fascinación por ambos actores. Él protagonizó una pastelada que resultó ser la primera película romántica que recuerdo y ella… a ella me apasionaba verla una y otra vez en las películas de Woody Allen. En blanco y negro. En color. Me daba igual.
Mientras bebía lo que me quedaba de café, reflexionaba acerca de la importancia que son algunas películas en mi vida. Películas que reflejaron mi estado de ánimo, con las que me sentí menos sola, reconfortada; películas que fueron excusa para estar con gente a la que quería o que, simplemente, se convirtieron en una especie de tradición. Las películas, además de un simple entretenimiento, también son asociaciones de recuerdos. Una película, un momento. Momentos que ya no volveré a vivir. Películas que siempre puedo volver a ver.
La película de Río Bravo la asocio a mi padre, al igual que todas las películas de John Wayne que yo veía religiosamente junto a él porque, en secreto, quería ser John Wayne y meter en la cárcel a los malos; y lo soñaba en secreto, con mi padre al lado, ignorante de todo lo que se cocía en mi cerebro.
Cantando bajo la lluvia es estar con mi madre un domingo lluvioso y un gran cuenco de palomitas para después pasarnos lo que queda de tarde cantando el good morning, good morning, con un inglés inventado acompañado de un baile también inventado que apenas se parecía al claqué.
La jungla de cristal es Navidad con mi hermano. Y punto.
Las gemelas Olsen o La cosa más dulce, es estar con mi amiga Blanca rodeada de comida basura bebiendo cerveza una tarde sin mucho que hacer. Películas malas que se convirtieron en clásicos gracias a esos momentos insustanciales que pasaron a ser de vital importancia.
Las películas de los hermanos Marx son verano, noches sentados en el sofá, demasiado niños para entender las bromas, pero para eso estaba Harpo, para hacernos reír. Películas que se vendían semanalmente con el periódico y que mi padre compraba en el kiosco de siempre. Tengo todos esos VHS guardados en una maleta y de vez en cuando sigo poniéndomelas y riéndome como aquella niña que no entendía ni un solo chiste.
Lost in translation, Todos los hombres del presidente, The Royal Tenenbaums, La pequeña Miss Sunshine, Solo ante el peligro, Con la muerte en los talones… son solo una pequeña muestra de una lista llena de títulos que no todo el mundo puede comprender.
Llamadme sentimental pero al ver a Diane Keaton cogida del brazo de Keanu Reeves, inevitablemente he pensado en ese asesinato en Manhattan que tantas risas me ha provocado y en mi eterno deseo de pasear por las nubes. He pensado en mis películas. Mis momentos. En la compañía. En la soledad. En lo que se fue y solo la película es capaz de hacer regresar.
Danae