Los recuerdos anidan en los lugares

Estoy inmersa en la lectura de La mujer temblorosa de Siri Hustvedt, una autobiografía en donde la autora bucea en las posibles causas de los temblores que sacuden su cuerpo.

En una de sus hojas he leído lo siguiente: «Los recuerdos explícitos anidan en los lugares». Me ha gustado la frase. Es poética. Tiene su propio ritmo. Puede vivir por sí misma. Siempre que veo alguna que me llama la atención, me gusta separarla del bloque de palabras al que va unida y hacerla mía, darle un significado si no diferente, propio.

Los recuerdos no pueden vagar en la oscuridad de nuestra memoria. Los guardamos en sitios con su propio decorado para poder identificarlos con facilidad. Supongo que es cuestión de lógica: contextualizar un recuerdo para sumergirnos en él rápidamente.

Cuando recordamos, viajamos al pasado de una manera que no siempre entendemos. Evocamos el ayer como si fuera hoy y lo vivimos como si estuviéramos en aquel preciso instante. Somos capaces de sentir las mismas emociones que entonces, de llorar lágrimas de niño y sentir una injusticia que aún se clava en nuestra piel. También reímos como aquella vez o permanecemos callados con una sonrisa estúpida dibujada en nuestro rostro, reviviendo una felicidad efímera.

Las historias que se convierten en recuerdos, permanecen en el lugar que ocurrieron. Algo me dice que los buenos recuerdos están impresos en nuestros lugares favoritos. Yo no tengo buenos recuerdos en lugares que he detestado. Mis buenos recuerdos viven en lugares que fueron mi oasis particular.

El piso de mis abuelos maternos, por ejemplo. Ese bajo desde donde podía escuchar las conversaciones de quienes pasaban bajo las ventanas, siempre ha sido mi lugar feliz. Recuerdo ese piso y me acuerdo de mi abuela, y viceversa. El olor de su comida, el ir y venir con platos a rebosar por aquel pasillo largo que conectaba la cocina con el salón; las conversaciones en la cocina, las llamadas de atención de mi abuela por no cuajar más la tortilla de patata… Mis recuerdos se refugian en ese piso, porque saben que allí no puede ocurrirles nada malo.

Ese era mi lugar feliz. Aún lo es en mi memoria. En la realidad, es otra historia. Hay recuerdos que anidan en lugares y hay personas que están impresas en ellos. No se puede sentir a unos sin las otras. Al faltar ella, el lugar de siempre se volvió diferente. Ya no huele igual, ni se pisa igual, ni se siente igual.

Me pregunto si las personas pueden considerarse lugares. A ellas acudimos cuando la cosa se tuerce. Ellas son nuestro refugio. Por qué no, ¿verdad?

Danae