La preocupación por conseguir un mundo más sostenible ha logrado que todos hablen del tema más por moda que por convicción: uno puede darse un paseo por los pasillos del supermercado y ver cómo la cesta de la compra se llena de productos envasados en plástico que, una vez pagados en la caja, metemos cuidadosamente en nuestras bolsas de tela.
Son muchos los que quieren echar una mano al planeta, pero los cambios cuestan sobre todo si hay que sacrificar la comodidad. Luego está el tema de los ricos que indigna a tantos: nosotros viajando en compañías de bajo coste una vez al año y ellos tan cómodos en sus aviones privados para trayectos de quince minutos.
Un artículo de la BBC de 2021 titulado «Cómo el estilo de vida de los ricos está acelerando el cambio climático» habla precisamente de eso. Según parece el 1% más rico fue responsable del 15% de las emisiones de 2015, así que claro, es normal que para la gente de a pie lo de la bolsa de tela ya nos parezca suficiente.
Pasan estas cosas y señalamos con el dedo al rico como culpable, pero no me queda claro si es porque anula nuestros esfuerzos o por envidia. Ellos marcan una pauta deseada por muchos y eso es algo a tener en cuenta. Así que… ¿preocupación por el planeta o envidia cochina?
El millonario contaminará más porque para enfriar o calentar su casa de tropecientos metros cuadrados necesitará más luz y gas que tú para hacer lo propio en tu apartamento de sesenta metros cuadrados o menos; del mismo modo, muchos tomarán la decisión de no poner tanto la calefacción este invierno más por no arruinarse que por el bien del planeta. ¿Si tuviéramos tanto dinero como ellos seríamos diferentes? He aquí la cuestión.
No obstante, el problema sigue ahí, claro: ¿por qué el esfuerzo recae en nosotros? A ti te dicen que no cojas tanto el avión aunque solo lo hagas una vez al año y a Leonardo DiCaprio, activista medioambiental donde los haya, no le dicen ni mu a pesar de que sus viajes a islas paradisiacas dudo mucho que los realice en canoa.
Hay un ellos y un nosotros bastante marcado y la diferencia, aparte de la monetaria, debería residir en nuestra coherencia y responsabilidad individual: la decisión debemos tomarla nosotros, dejando de lado las envidias y las injusticias, que son muchas.
Podría terminar diciendo que la culpa del cambio climático es de los ricos para después dar un trago en mi botella de acero inoxidable; desde luego, sería el camino fácil. Sin embargo, si algo podemos aprender de esto es que porque ellos no hagan nada, no implica que nosotros debamos ser como ellos. Debemos elegir la opción más sostenible y coherente con nuestros valores.
Danae