Llevo unos días pensando en una cosa llamada magia. Cuando uno se acuerda de ella, piensa en esas personas que se dedican a realizar trucos de cartas; también en los niños, claro, porque magia y fantasía es cosa suya, o eso nos han hecho creer. Y ahora que ya huele a Navidad, la rescatamos de la oscuridad en forma de árbol y luces.
Durante muchos años he mantenido una relación amor-odio con estas fechas. Ahora, después de una larga lucha, he conseguido reconciliarme con ellas. Alejada de ese consumismo y masificación que tanto detesto, he aprendido a recordar las sensaciones que me producía cuando era niña: nerviosismo, excitación, ilusión, esa atención constante para no perderme ni un detalle… He agarrado con fuerza ese cúmulo de sensaciones y las he hecho de nuevos mías, no porque me guste la Navidad, eso es lo de menos, sino porque necesito recordar qué era lo que me gustaba tanto de ella, y ese algo era la magia que podía respirarse en el ambiente.
Necesitamos ese chute de fantasía que nos haga sentir que nada puede salir mal, un aliciente externo que nos recuerde que hay algo más allá que lo que tenemos frente a nosotros. Es necesario creer en esa magia invisible que hemos apartado de nuestras vidas a base de obligaciones y realidad.
Tenemos la sensación de que el Grinch nos ha robado no solo la Navidad sino el año entero. Es una putada, pero seguimos teniendo en nuestra mano la posibilidad de hacer que las cosas mejoren y, por supuesto, podemos trabajar en crear recuerdos que nos salven el año.
Tal vez sea el momento de desempolvar nuestro espíritu navideño, el de verdad. Volver a lo de siempre. Volver a disfrutar del turrón, volver a escuchar villancicos, a comprar calcetines porque es lo que necesitamos y envolverlos con cariño, dejar los paquetes debajo del árbol, brindar a nuestra salud, porque qué suerte tenerla, brindar por la vida, no la de antes, sino por la vida, la nuestra.
Añadir magia a nuestra rutina significa devolver el brillo a nuestros ojos, observar lo que hay más allá, recordar lo que era ilusionarse por lo más nimio. Es recuperar y agarrar con fuerza, es dejar marchar y dar la espalda, es construir que no destruir, es compartir que no comprar, es creer en lo que nadie cree, es intentar con ganas, es volver a empezar desde el principio, las veces que haga falta hasta que entendamos que sin magia no hay vida, solo realidad.
Danae