Desde hace unos años, vivimos ocupados en convertir los edificios en cubos de Rubik bicolores. En ese afán de modernismo y ahorro de energía, las fachadas ventiladas han encontrado su hueco ocultando vilmente la historia de la parte visible de las construcciones más antiguas.
Parece ser que en estas fachadas no se pueden instalar colgadores exteriores para no ser denunciado o para que no le arrebaten la subvención recibida para tal fin. Supongo que la causa no sea otra que mantener la fealdad uniforme del bloque en sí mismo, algo normal dada la inversión que supone.
La idea atractiva del ahorro energético ha logrado eliminar unos accesorios que formaban parte de la estética urbana. En su lugar, son sustituidos por colgadores de interior que fastidian por completo el aire nórdico de la estancia —aumentando a su vez el tiempo de encendido de la calefacción— o, en su defecto por secadoras —con certificado A++, por supuesto—, perfectas para que la ropa huela a lavandería autoservicio.
Sinceramente, es una pena que no dejen incluir tendales en los edificios porque cuando no hay cerca una zona verde, esos colgadores al sol con ropa que emana olor a limpio es el soplo de aire fresco entre tanta polución.
Otro punto a tener en cuenta es que a mayor aislamiento exterior más evidente se hace el ruido interior, ofreciéndonos la oportunidad de escuchar con mayor nitidez las intimidades del vecino. Esto último no parece molestar a muchos, ya que damos por hecho que el ruido es normal y, por tanto, oír hacer pis al de al lado es algo que si bien no nos llena de alegría, tampoco nos molesta. Nos escudamos en un razonamiento tan simple como «ellos también nos oirán a nosotros». Sí, nos oyen y sin saber cómo, hemos normalizado la falta de privacidad e intimidad en nuestros hogares.
Hay otro motivo por el cual rechazo esta aberración: siempre me han espantado las urbanizaciones en donde todas las casas son exactamente iguales las unas a las otras. Un horror que, al dar un paseo, pude comprobar que sigue extendiéndose convirtiendo la propia ciudad en un complejo residencial sin personalidad alguna.
Es curioso que justo ahora que parece que ser diferente está aceptado —se supone—, seguimos la tradicional tendencia de ser idénticos a todos los demás: todos seguimos un mismo camino, todos ponemos las mismas fachadas en nuestros edificios y todos buscamos ser admirados haciendo y llevando exactamente lo mismo que los demás. Somos masa, no individuos.
Danae N.