No ha parado de llover

Durante quince días no ha parado de llover y a una servidora le da la sensación de que en el norte nos hemos quedado atrapados en la canción de Maná del mismo nombre. Así que no es raro que uno tenga la sensación de vivir en una sintonía melancólica, repetitiva y depresiva si no lo sabes digerir bien.

Los suelos siempre mojados, la luz gris, la lluvia que te empapa hasta el alma y la humedad que se aferra a los huesos. No os voy a mentir, a mí estos días me gustan. Me gusta el invierno aunque se haya saltado el otoño de forma descarada. Es cierto que tanta lluvia es cansina pero nadie dijo que el cambio climático fuera bonito, así que aquí estamos llueve que te llueve y sin ver suelo seco al final del túnel.

Todo tiene su lado bueno y el frío no es una excepción. Manta, maratón de series, hacer repostería, más manta, más series, más películas, dibujar, leer… uno se resguarda en casa y puede hacer lo que le venga en gana. El frío hace que nos escondamos en nuestra guarida y cada uno lo hace de un modo diferente. Yo he apostado por  Charles Dickens, porque Dickens es nieve, historia, frío, manta, fantasmas, realidad y magia. Todo junto. Hay quienes incluso lo tacharía de deprimente. Tal vez lo sea, pero reconozcámoslo, el ser humano lo es. Así que aprovechando este frío, lluvia y colores grises como parte de nuestra rutina diaria, paso mis ratos libres leyendo al escritor inglés. Me he acostumbrado a leerlo en invierno. Un poco. Un mucho. Un algo. No me importa. Hace ya unos años que no concibo el frío sin Dickens. Es el preludio a la Navidad, aunque sus escritos no siempre estén relacionados con ella. Dickens es invierno y punto.

Una de las razones por las que me gusta leer autores de épocas pasadas es porque, gracias a ellos, uno se da cuenta de que, por mucho que cambie la vida, el ser humano lo hace más bien poco. Hay fragmentos que bien podrían haber sido escritos ayer mismo porque expresan realidades que no hemos dejado atrás. El lenguaje puede cambiar, las tecnologías avanzar, pero el ser humano… es prácticamente el mismo que hace dos siglos.

Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos, era el siglo de la locura, era el siglo de la razón, era la edad de la fe, era la edad de la incredulidad, era la época de la luz, era la época de las tinieblas, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación, lo teníamos todo, no teníamos nada, íbamos directos al Cielo, íbamos de cabeza al Infierno. Era, en una palabra, un siglo tan diferente al nuestro que, en opinión de autoridades muy respetables, solo se puede hablar de él en superlativo, tanto para bien como para mal.

Las calles mojadas, el cielo gris oscuro, opaco, el frío, el tiempo que se congela en un instante eterno, el mundo en silencio, el olor a una comida reconfortante, un libro. EL libro. Y no. No ha parado de llover.

Danae