Noches de invierno

Las noches de invierno son mis preferidas, habrá quien divise masoquismo en mis gustos, pero es en estas noches frías con el deshumidificador de fondo que oculta cualquier sonido molesto, cuando, resguardada bajo mi manta, me siento bien.

Y resulta que, en esas noches de invierno que en realidad son tardes, pero que la oscuridad temprana convierte en noche, aprovecho para adentrarme en una tranquilidad que ninguna otra época del año me proporciona. Y escribo desde uno de mis sillones y enciendo una vela para que aporte algo más de calor a la estancia y ya de paso pueda ocultar el olor de la comida tardía que aún permanece en el ambiente.

A falta de chimenea, entre palabra y palabra, miro fijamente la llama de mi vela de lavanda. A veces, acompaño el momento con una copa de vino, porque parece que el fuego pide vino y viceversa. Chimenea y vino. Vela y vino. No es lo mismo, pero me apaño.

En alguno de esos momentos, recuerdo las palabras de Virginia Wolf: “Nunca se dan voces tan hermosas como en una noche de invierno, cuando el ocaso casi esconde el cuerpo, y las palabras parecen proceder de una ausencia con una nota de intimidad raramente escuchada durante el día.” Entonces me digo que será eso por lo que me gustan las noches de invierno, por esa intimidad que no se da en ninguna otra estación del año.

Cuando se acerca la hora de cenar, suelo prepararme unas tostadas con tomate y albahaca que lo mismo desayuno que ceno y, si el antojo aprieta, lo acompaño con un buen bol de palomitas con pimienta, un condimento que a veces me hace toser, pero no me importa porque yo las palomitas las como con pimienta. Después, como todas las noches de invierno, me tomo una infusión y dejo que el calor de la bebida reconforte mi cuerpo.

Me quedo unos minutos en el sillón mirando algún punto del salón absorta en mis pensamientos sin centrarme en ninguno, y solo cuando el cansancio me empuja contra el sillón, solo entonces me meto en la cama. Y a veces leo, y otras mantengo el libro junto a mí sin abrirlo porque estoy demasiado cansada para hacerle caso y apago la luz. Y ya a oscuras, lucho por hacer entrar en calor a mis pies que siguen fríos a pesar de llevar calcetines y, a veces, si el sueño se demora, dejo que mi imaginación haga de las suyas y espero a dormirme al abrigo de mi nórdico.

Danae

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