El otro día abrí uno de esos documentos Word en donde voy “tirando” todo lo que me resulta interesante, el cajón de sastre de toda la vida. En él tenía escrito algunos párrafos sueltos y que nunca he utilizado y también algunas de esas frases célebres que a todos nos gusta coleccionar. Una de ellas pertenece a Earl Nightingale, un locutor de radio norteamericano de los cincuenta: “Nos convertimos en lo que pensamos”. En realidad, no es una frase para coleccionar, es una advertencia en toda regla.
Hay que tener cuidado con lo que uno cree o piensa porque puede convertirse en realidad. Para bien o para mal, lo que uno planta en su cabeza, lo que generalmente no comparte y guarda para uno mismo, eso puede florecer de un modo que no nos imaginamos.

No importa si hablamos de los objetivos que uno quiere alcanzar pero no «puede», de esas ideas que brotan como setas sobre el machismo, el racismo y todas esas porquerías que parecen pegarse al cerebro como lapas o de aquellas que fluyen sin mucho esfuerzo sobre la libertad o la compasión. No importa. Todo pasa por nuestra cabeza y lo que vive en ella es muy difícil cambiarlo, con todas las consecuencias.
Parece que, sin llegar a lo más grave como los ejemplos anteriores, en nuestro día a día uno lucha contra esa vocecita que nos dice todo lo que no podemos hacer. Es una batalla constante. No pretendo venir aquí a deciros que tenéis que luchar por lo que creéis y toda eso porque ya lo leemos en las servilletas de los bares. No. Hablo de que las palabras son poderosas y que, si estas provienen de uno mismo, aún más.
Lo único que tenemos en esta vida somos nosotros mismos. Se nos olvida eso. Sí, ya lo sé, la familia y amigos también están ahí, pero si, por algún motivo, eso falla o no lo puedes tener ¿qué te queda? Exacto. Tú. Por eso es tan importante ser conscientes de lo que metemos en nuestra cabecita, porque una pequeña chispa puede provocar el fuego.
Lo que soltó nuestro amigo Earl es cierto: somos lo que pensamos, no hay vuelta atrás. Y, en numerosas ocasiones, ocurre que, cuando uno se convierte en lo que piensa, puede terminar por odiarse a sí mismo.
Todo esto no es sencillo, eso ya lo sabemos. Lo importante no es sencillo, todavía no entiendo el porqué, pero es así. Solo nosotros podemos saber qué tipo de personas queremos ser, qué nos gustaría pensar y qué hacer con esas malas hierbas que crecen en nuestra cabeza y que nos traen por la calle de la amargura. Solo nosotros.
Sed buenos
Danae