Nostalgia y cambio climático

El otro día temprano (ese día que ya no consigo ubicar en el calendario), mientras preparaba textos y publicaciones antes del trabajo, un relámpago iluminó mi salón. Después el estruendo fuerte, largo y poderoso comenzó la lluvia torrencial, solo unos segundos. Esperé el siguiente relámpago, pero me quedé con ganas. En los minutos posteriores apenas se oyó algún trueno lejano, como si fuera demasiado temprano y tuvieran miedo de despertar a los que estábamos debajo.

Después del calor de los últimos días, esperaba una tormenta de verano aunque estuviésemos en abril. Sin embargo, hace años que en el norte llueve poco, y a pesar de la advertencia de que «en abril, aguas mil», cae poca agua poca y la sed de la tierra es más que evidente. 

Hay pocas tormentas y duran un suspiro, ni siquiera sé si puedo denominarlas tal cosa. Y yo, que si me descuido caigo en una nostalgia absurda, recuerdo cuando los veranos eran agradables con algún día caluroso excepcional, y los inviernos oscuros y lluviosos.

Me doy cuenta, ahora que miro de reojo la ventana para no perderme ningún relámpago despistado, lo mucho que echo de menos las tormentas de verano, los inviernos cerrados, el otoño color tierra y la primavera florida.

Echo de menos cómo el cuerpo se adaptaba progresivamente a la nueva temperatura, con alguna sorpresa esporádica para no acostumbrarnos. Echo de menos usar abrigo en invierno y enterrarlo en el fondo del armario en verano. El cambio de armario ya no tiene mucho sentido porque no sabes con qué te va a sorprender el cielo. Eso no es bueno para la mente, la salud mental siempre tan ignorada, ahora tan de moda, es normal que se vea afectada cuando ni siquiera somos capaces de decidir qué ponernos.

Si el mundo está tan loco como dicen, este ir y venir climático tampoco debe ayudar. Que las alergias ya vienen en cualquier momento, que las lluvias son escasas, que la temperatura es demasiado alta o demasiado baja, que ponemos la calefacción en abril y el aire acondicionado en octubre. Es normal que salgamos tocados.

No es extraño que los más jóvenes estén cabreados, que no todos están narcotizados con las redes sociales y Netflix, que algunos miran al cielo y piensan que no es normal. El resto no lo vimos venir, porque siempre ha habido excepciones, días calurosos en Navidad o más fríos en agosto, y ha sido tan poquito a poco y tanta la ignorancia, que la bomba nos ha explotado en toda la cara.

Qué mal lo hemos hecho para tener nostalgia de cuatro estaciones, de cambios de armario, de tejidos para invierno y para verano. Me pregunto si en algún momento todo volverá a ser como antes, pero mi pesimismo me advierte: ¡no cuentes con ello!

Danae