Después de unos días de un calor algo exagerado para la época en la que estamos, llegan la lluvia y las tormentas. De vez en cuando, no viene mal que, como bien decía Obélix, el cielo parezca que vaya a caer sobre nuestras cabezas. Nos devuelve a la realidad.
Adoro las tormentas. No lo puedo evitar. Me han gustado desde niña. La sensación que me transmite nunca he sabido explicarla, tal vez paz, tal vez excitación, tal vez todo a la vez sin que por ello tenga más sentido, yo qué sé. Cuando era cría, vivir una tormenta era como vivir una aventura. Toda esa fuerza ahí fuera y yo tan pequeña, en medio de todo ese caos.
La luz cegadora, el ruido atronador… el silencio. A veces roto por el sonido de la lluvia intensa, a veces solo silencio. Puro, incómodo, hiriente para nuestros oídos acostumbrados al ruido continuo. Silencio hasta el siguiente trueno. Luz. Ruido. Silencio. Una y otra vez. Un juego de luces y sonidos del que nunca me he cansado.

De niña me encantaba chapotear en los charcos, vivir las tormentas en directo. No entendía a los adultos que decían que había que resguardarse bajo los soportales. Para mí, las tormentas eran todo un acontecimiento. Sigo disfrutándolas. Desde mi casa o, si me encuentro en medio de ellas, intento vivirlas y «re-sentir» las mismas sensaciones que cuando era pequeña. Porque era divertido. Empaparse. Correr bajo esa lluvia torrencial, contar los segundos que tardaba en tronar para saber cómo de cerca estaba la tormenta. Siendo adulto todo esto se pierde, miramos por la ventana para cerciorarnos de que efectivamente hay tormenta y seguimos a lo nuestro. No hay magia. Solo la pura realidad. Una mierda.
Así que aquí estoy escribiendo estas líneas mientras el cielo oscuro se ilumina y me doy cuenta de lo mucho que me gustan las tormentas de verano aunque estemos en mayo. De noche, porque las vivo mejor. Las siento más fuerte. Observo cómo rompe la calma, cómo se vuelve protagonista de la noche. Me gustan. Con todo lo que ello implica. Con la calma hecha añicos y su consecuente silencio. A veces incómodo. Otras reconfortante.
Y cuando esta tormenta acabe me quedaré con ganas de más. Ojalá todas las noches. Un ratito. Apagar las luces. Dejar que los relámpagos iluminen las habitaciones, sentir la vibración del trueno en mi pecho. El silencio. Volver a empezar.
Danae