Enfrentarse a una página en blanco es complicado. Todos los días es la misma historia, me siento frente a una hoja vacía y me digo ¡hala, escribe! y comienza la lucha de quien escribe contra el vacío. A veces lo miro con miedo, ¿quién ganará esta vez? Una hoja blanca, impoluta que me escudriña pacientemente. Solo espera. Es un lienzo en blanco que busca ser manchado de algún modo y cualquier cosa que plasme en él puede ser un desastre o una maravilla, a veces ni siquiera sé cuál es la diferencia.
No es extraño redactar un buen texto después de pasarse horas delante del ordenador sintiendo que nada bueno va a salir de tu cabeza; y, cuando parece que está todo perdido, cuando observas cómo ese folio es un fiel reflejo de tu falta de inspiración, uno descubre que, a base de muchas palabras y trabajo y muchas más palabras, el texto toma la forma que queríamos. A veces ocurre eso. Otras muchas no. No pasa nada.
Un documento en blanco no se distingue de los demás, es solo uno más. Solo nosotros podemos convertirlo en algo diferente, escribiendo se convierte en una parte de nosotros y viceversa. Es un trocito de nosotros, no importa cuán fantasiosa sea la historia, esa es la fantasía que vive en nosotros, nos guste o no. Lo que somos, lo transformamos en palabras que tatuamos en un trozo de papel y lo hacemos nuestro.

Una hoja en blanco te está preguntando directamente ¿hasta dónde estás dispuesto a llegar? ¿Te vas a rendir? ¿Lograrás redactar lo que aún no tienes definido? Es el comienzo de algo nuevo y todos los comienzos dan miedo. Da miedo quedarte a solas con tus pensamientos frente a una hoja en blanco. Así de fácil. Así de complejo. Es el momento en el que debes escoger las palabras adecuadas para convertir la «nada» en un «todo».
Un folio en blanco es una oportunidad. Una oportunidad para contar lo que nos dé la gana. Para compartir nuestras ideas, nuestros pensamientos, emociones, vivencias… nuestra vida. En el momento que escribimos, imprimimos un poquito de nosotros en ese trozo de papel, y debemos hacerlo sin miedo, porque ese objeto inanimado se convierte en nuestro confidente, no aireará nuestros secretos, no nos juzgará ni se reirá de nosotros. Aguantará las lágrimas que derramemos sobre él, los tachones; soportará con decencia que lo arruguemos y que lo convirtamos en una bola que termine viviendo en la basura hasta ser reciclado y convertido en un nuevo folio vacío. Otra vida. Otra oportunidad. Un documento en blanco nos brinda la oportunidad de renacer, de comenzar desde cero las veces que queramos. Todo un regalo.
Sed buenos
Danae