Pasear en la noche de la mañana

Escribo estas líneas un martes. Un martes a las 10:57. Llevo casi seis horas despierta. A las cinco y pico me he levantado y a las seis ya estaba desayunando. Un poco antes de las siete he salido a pasear. Hacía meses que no hacía tal cosa. Pasear, qué sensación más extraña.

A las siete de la mañana las calles estaban mojadas por la lluvia nocturna. Vacías. Silenciosas. Unos pocos coches, unas pocas personas, algún quiosco que abría sus puertas. La vida, que se hace de rogar.

Me he fijado en una chica que hacía ejercicio en su casa con las ventanas abiertas. Yo miraba pensando «qué ganas de hacer deporte a estas horas», ella pensaría «qué ganas de salir a estas horas». Qué locos estamos todos por hacer lo que el otro no haría.

Trabajar desde casa me ha hecho olvidar lo que era andar por la noche de la mañana. Mi camino al trabajo coincidía con estudiantes que esperaban al autobús, adultos que se dirigían a sus trabajos, mentes dormidas, ojos medio cerrados… mi rutina diaria. Hoy me he adelantado a eso, he salido antes de que los camiones descarguen los productos del supermercado, antes de que los críos vayan al colegio, antes de que las tiendas abran. Antes.

He recorrido un paseo que no piso desde hace meses y ya, cuando la claridad dejaba ver que el color de hoy iba a ser el gris, he bajado a la playa y he visto a unos valientes bañarse. La vida de quienes madrugan es diferente a la de los noctámbulos. Yo siempre he querido vivir ambas.

No recuerdo la última vez que pisé la playa. He sentido la brisa en la cara, he escuchado el sonido de las olas, he olido el salitre, fresco y salado. No me gusta la playa en verano, con gente y con su bullicio natural. La prefiero silenciosa, vacía, libre.

Al volver a casa, cuando la vida ya está en movimiento y los coches ya no rompen el silencio sino que se convierten en el sonido ambiente, y los niños corren a clase y los adultos a su trabajo y los supermercados abren y las calles son las que conocemos, veo cómo la magia se pierde. Seremos nosotros que alegramos la vida y rompemos el encanto. Quién sabe.

Son las 11:29. Mis piernas están cansadas porque hace tiempo que no caminan tanto. Me digo que tengo que hacerlo más a menudo, pero sé que es muy posible que eso no vuelva a ocurrir. Ojalá me equivoque. Ojalá vuelva a pasear en la noche de la mañana. Ojalá.

Danae