Últimamente no dejo de pensar en el hecho de que vivimos resentidos. Resentidos con las personas que nos hicieron sufrir, resentidos por un pasado que no vivimos, por un futuro que aún no conocemos… Por todo en general, vamos.
La semana pasada vi una conversación con Frascesc Miralles en donde hablaba de Okinawa y de su cultura del perdón -podéis ver el vídeo aquí-. Ese no fue ni mucho menos el tema principal, pero si el que me llamó más la atención, será porque no estamos familiarizados con el acto de perdonar.
Es complicado perdonar, puede que porque ni siquiera sepamos cómo se hace. Hemos oído hasta la saciedad la frase de «Errar es humano, perdonar divino» y aquí andamos errando a base de bien y perdonando poco. Veréis, no sé si será divino o no, pero lo que sí puedo decir es que perdonar es un acto de valentía. Son muchas las personas que piensan que perdonar es un acto de debilidad porque «hay que ser tonto para perdonar a esa persona por lo que te hizo». No nos han enseñado a perdonar sino más bien a dejarlo estar, algo que solo consigue que el dolor y la ira nos consuma por dentro.
Perdonar no es darse la mano, ni correr hacia delante sin mirar atrás, eso no suele surtir efecto. Irene Villa decía de ello algo así como que cuando una persona te hace daño se crea un hilo invisible que te une a ella, y que solo perdonando cortas ese vínculo. Perdonar, no por la otra persona, sino por uno mismo. Liberarse o sufrir, eso es lo que debemos decidir.
Tendemos a guardar lo que nos hace daño en un rincón oscuro de nuestra memoria, pero os puedo decir que por muy oscuro que esté ese rincón siempre hay una luz que cae sobre él, mostrándonos una y otra vez lo que tanto queremos olvidar. Perdonar es enfrentarnos al dolor. Es inevitable. Es jodido. Es necesario. Y enfrentarnos al dolor es liberarnos de él.
¿Cómo perdonar a quien nos ha hecho daño? Esa es la cuestión. No hay un camino estipulado, no hay una norma universal, no hay manual de instrucciones. Como suele ocurrir, debe ser uno mismo el que tiene que sacarse las castañas del fuego.
El resentimiento nos vuelve esclavos del dolor y la rabia, nos ata a esa persona que tanto queremos dejar atrás. Debemos elegir si vivir atados o libres. Si vivir con una presión en el pecho o respirar tranquilos. Ser valientes o amargados. Vivir bien o vivir mal. Que cada uno decida.
Danae