Hay días como hoy que quiero estar a mil cosas, que me niego a respetar el deseado domingo de descanso pero, es precisamente en días como hoy en los que solo puedo pensar en mis pies fríos. Parecía que la primavera ya estaba aquí. Hizo su aparición vestida con sus mejores flores. Nos dijo hola y, sin que nadie lo viera venir, el invierno la devoró sin piedad. Y entonces volvieron. El frío, el viento, la lluvia y los pies fríos.
Pies fríos y nadie quien me los caliente. El frotarlos contra las sábanas no surtió efecto anoche, ese frío húmedo que hay impreso en ellas no favoreció la labor. Pies fríos sobre sábanas frías y unas manos que solo admitieron el calor extraídos de mis piernas al colocarlas entre mis muslos.
Este tiempo sin pies ni cabeza tiene como consecuencia directa que una acabe destemplada y no sepa qué hacer ni qué ponerse para luchar contra esa constante sensación de frío consecuencia de tanto cambio de temperatura. Por el momento, una echa mano de unos buenos calcetines que, a falta de calor humano, es lo único que parece reconfortar a mis pies.
Pies fríos y ganas de envolverse en una manta calentita de donde no salir jamás. Porque el invierno ha vuelto, por lo menos por unos días. En un alarde de valentía, todas esas flores que hace días decidieron abrirse ante el mundo, intentan romper la oscuridad de forma silenciosa, sin que nadie lo note; aún buscan dar el toque de color a un día como el de hoy, en el que la melancolía cae desde el cielo en forma de lluvia.
Y en estos días en los que las nubes se extienden como un largo manto negro, lo único que parece reconfortarme son unos buenos calcetines y descansar. Dejar que el tiempo arrastre el frío y el invierno de mi pies.

Sed buenos
Danae