Poner barreras a la libertad

Quienes hemos nacido en el «Primer Mundo» tenemos la sensación de vivir en un entorno de libertad que le es negado a los ciudadanos de otros países “menos avanzados”. Estaría bien estipular qué es el desarrollo y cuáles son los requisitos que convierten a un país más avanzado que otro, pero de momento solo cabe decir que no, no somos libres, ni mucho menos. 

En Estados Unidos se ha derogado el derecho a abortar. Y aquí estoy yo dándole vueltas al asunto. ¿Cómo es posible? Me pregunto. Un grupo de señores ha decidido que la mujer no puede abortar. Es ilegal y quienes recurran a esta práctica sufrirán las consecuencias. La amenaza que no falte.

Que nadie piense que aquí estamos a salvo. Lo que pasa en Estados Unidos, no se queda en Estados Unidos. Ya en Madrid miles de personas se han manifestado en contra del aborto alentados por lo que ha ocurrido al otro lado del charco. Lo que sucede en otros países- por muy lejos que estén-, no va a ser contenido por un muro invisible, siempre existe peligro de contagio. Dicho de otro modo: todo se pega menos la belleza, y es que gilipollas hay en todas partes. 

Los extremistas, aquellos que se autodenominan defensores de la verdad y la vida -manda narices la cosa-, y censuran todo aquello que no encaja con su ideología, son una plaga. La ignorancia es un virus demasiado contagioso. Y es precisamente esa ignorancia, ese supremacismo envuelto en un paternalismo vomitivo, ha borrado con mano firme la libertad individual de la mujer.

El derecho a abortar es algo que solo concierne a las personas implicadas. A nadie más. No debe ser una discusión de Estado, tampoco religiosa. Es una decisión individual. Punto. Nadie debería andar debatiendo ni opinando sobre los cuerpos o la vida de nadie; y, sin embargo, aquí estamos de nuevo.

Me duele observar cómo las ideologías se posicionan sobre las libertades de la persona. Me duele ver cómo se arrebata de nuevo a la mujer la capacidad de decidir. No se debe aceptar. Ni aquí ni allí ni en ninguna parte.

Ser. Existir. Decidir. Sin miedo. Sin represalias. Eso es libertad. Que alguien externo, me da igual padre o gobierno, nos diga con voz protectora: «Sí, claro que eres libre, claro que puedes decidir sobre tu vida, pero de aquí no pases ¿vale?», ni es libertad ni es democracia. No es protección sino una violación de nuestros derechos en toda regla.

Las frases de Simone de Beauvoir circulan por las redes a una velocidad vertiginosa, ella tan del siglo XX, nosotros tan modernos. En pleno 2022 leo con preocupación su advertencia: «No olvides jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Esos derechos nunca se dan por adquiridos. Debéis permanecer vigilantes durante toda vuestra vida». 

Sin respeto no puede existir la libertad. No hay respeto. No hay libertad. Así que no nos queda otra que hacer caso a Beauvoir y seguir vigilantes.

Danae