Hoy sin saber muy bien la causa, me he puesto a pensar en todos esos puntos finales. Los que nunca llegué a poner porque la historia se disolvió con el tiempo, los que se convirtieron en suspensivos y aquellos que marqué con fuerza para que la historia no volviera a abrirse.
Las relaciones son complejas. No importa del tipo que sea, da igual si es amorosa, de amistad o con el vecino del quinto, hay relaciones que están condenadas al fracaso y otras por las que merece la pena luchar. Las relaciones son complicadas, y nos empeñamos en echar más leña al fuego para darle más emoción. En realidad, somos así para todo, parece que nos empeñamos en convertir todo lo que vivimos en un laberinto complejo y sin sentido, tal vez se deba a que somos una especie que combina a la perfección lo complejo con lo chapucero que, como podemos comprobar, hace que liemos aún más todo este asunto de vivir.
Hay historias que concluyen sin pena ni gloria; otras que son dignas de convertirse en un auténtico drama; en otras, el final es claro y no nos tiembla la mano a la hora de poner el candado y tirar la llave al mar y, en otros momentos, uno busca avivar una llama de una vela que está condenada a consumirse. Sin embargo, de un modo u otro, el final llega. Si una relación ha de acabar, lo hará. Por eso, antes de convertirnos en amigos/pareja/familia con los que que «lo mismo nos da estar que no estar», antes de terminar mal, antes de que el odio elimine los últimos restos de amor que quedan, debemos poner punto final e intentar salvar algo que sea digno de recordar.

La cagamos continuamente, nos acercamos a personas de las que deberíamos alejarnos y rechazamos a quienes no consideramos aptas, por miedo, por malas experiencias, porque nunca se sabe. Somos unos seres muy curiosos que unas veces saboteamos cualquier inicio de relación y otras somos incapaces de terminarla. Supongo que en eso consistan las relaciones, en cagarla y, si tenemos suerte, aprender de ellas.
Los finales son difíciles, al fin y al cabo no es más que una despedida y todos odiamos decir adiós. Pero a veces es necesario romper con todo y, si con suerte aún queda algo de cariño, guardar un trozo de ese lazo que nos unía pero que de tanto tensarse terminó por romperse.
Sed buenos
Danae