Desde niña he buscado un refugio en el calor del hogar. Entonces era fácil encontrarlo en esa casa llena de muebles hechos por mi abuelo o por mi madre o con aquellos que pertenecieron a mis abuelos paternos. La cosa se volvió complicada al compartir pisos. Ahora que vivo sola, trabajo en este piso que sigo creando a mi imagen y semejanza.
Tener piso propio me hizo abrir los ojos y la realidad me arrojó la verdad a la cara: lo que se quiere no siempre se puede y, en numerosas ocasiones, lo que se puede es mejor no quererlo.
Pienso en todo esto acurrucada en mi sillón color mostaza, observando el lateral de uno de los muebles de mi cocina. Hace unos días volví a reorganizarla y miro ese lateral con curiosidad infantil, porque antes solo veía el frontal y no recordaba a esos dos burros mirándose fijamente bajo un cielo de un azul intenso y con un campo amarillo como paisaje que parece trasladarnos a la llanura de Castilla.
Ese mueble con un cajón que parece no tener fondo vivió en casa de mi tío Iñaki. Antes que con él, cumplió su cometido en casa de mis abuelos maternos. Ahora lo tengo yo. Este mueble fue pintado por ese tío que pinta y escribe y que lo hizo único. Y ahora está aquí conmigo conviviendo con una estantería que estaba en la cocina de mi madre y una mesa de Ikea. Lo viejo y lo nuevo, juntos.
Durante muchos meses rehuí de la idea de comprar en las tiendas de siempre. Yo quería muebles con historia, huir de lo nuevo, de lo barato, de lo fácil. Pero los trozos de historias son finitos y no amueblan un piso entero.
También quise crear desde cero, pero no soy buena artesana. Tal vez sea torpeza, pereza, impaciencia o una carencia total de herramientas que me ayuden a realizar este tipo de trabajos. Jugué con la idea de adquirir algunas antigüedades, pero esas historias ajenas se pasaban de presupuesto.
Así que sí, he tenido que ceder. Darme cuenta que es preferible crear un hogar despacio pero a mi manera, ser consciente de que la suerte que tengo por heredar muebles bonitos con historia no la tiene todo el mundo. Admitir que aunque las ansiadas librerías de madera han sido sustituidas por unas de Ikea, tampoco están tan mal; aprender que la historia también la creo yo con mis muebles nuevos y que algún día dejarán de serlo, que tendrán otras vidas, como este mueble con burros pintados en un lateral.
Danae