El verano está para pasarlo bien. Y estar guapo. Hay que tener buen cuerpo, buena cara, buen todo. Tal vez este año con la mascarilla, las publicaciones de belleza rebajen la presión, al fin y al cabo no se nos ve tanto la cara.
Sentirnos bien, guapos y estupendos es importante, pero debemos ir más allá. Debemos desnudarnos. Físicamente. Emocionalmente. Hay que observarse en el espejo, sentir el reflejo, que es el nuestro. Conectar con la persona que vemos ahí, ajena, vulnerable. No es fácil. Nos miramos en el espejo sin vernos. Nuestros ojos suelen fijarse en lo negativo. Pesa más que lo positivo. Lo que nos vuelve inseguros nos pesa más. Siempre.
Hace un tiempo que me observo. Por fuera. Por dentro. Me escruto. Porque sí. Para aprender. Aprenderme. Es un proceso lento.
Mis ojos caídos del color de la Coca Cola. Mis pestañas largas, las ojeras infinitas, amigas de la infancia, inseparables de mi rostro cansado e insomne. Mis labios finos. Las pecas que no son tal cosa, solo manchas desperdigadas sin orden por mi rostro, las mismas que, como nubarrones que amenazan con tormenta, oscurecen la piel de debajo de mi pequeña nariz.
Las primeras arrugas prometen convertirse en mis compañeras de viaje, por reír, porque frunzo el ceño más veces de las que me gustaría, porque entorno los ojos para ver mejor de lejos, porque expreso con la mirada, porque hago gestos innecesarios, porque hablo sin decir palabra.
Mi pelo. Fino. Castaño. Amarrado de mala manera porque nunca he sabido peinarme bien. Las canas que comienzan a ser visibles en el lado izquierdo de mi cabeza, solo unas pocas, las suficientes para que resalten sobre esa maraña oscura.
Mi cuerpo. Delgado. Huesudo. Expectante de sensaciones. Mi columna vertebral que divide en dos mi espalda, salpicada de lunares de diferentes tamaños y colores, una columna que me sostiene y guía a los turistas ocasionales hasta mis sentidos. Mi tripa, a veces plana, a veces no. Mis cicatrices. Mis tatuajes. Mis brazos. Largos, delgados, tostados ligeramente por el sol. Mis manos pequeñas. Mis uñas destrozadas por los nervios. Mi piel fina. Sensible. Como yo.
Mis piernas. Largas. Delgadas. Dos columnas sobre las que me sostengo segura. Mi culo. La celulitis aún leve, sin intención de irse a ninguna parte. Las estrías, resultado de muchos altos y bajos.
El cuerpo. Solo nuestro. La mente. Nuestra, de nadie más. Las emociones, que a veces nos erosionan. La vida, que marca.
Danae