Sin alegría no hay esperanza

Últimamente, me acuerdo mucho de Benedetti y de su defensa de la alegría, ya hablé de su poema, pero no puedo evitar evocar sus palabras una y otra vez como un himno en contra de la desesperanza. Benedetti hablaba de defender la alegría como un principio, como una bandera, como un destino. Chaplin afirmó que «un día sin reír es un día perdido» y Víctor Hugo que «la risa es el sol que ahuyenta el invierno del rostro humano». La risa y la alegría nos protege de la crudeza de la realidad. Es la luz ante la oscuridad. 

No es fácil defender la alegría ni la risa cuando al sacar la cabeza por la ventana vemos un panorama de lo más desalentador. Ante eso, lo único que nos apetece es meternos dentro de nuevo, bajar la persiana y no volver a saber nada de lo que hay fuera. 

No es fácil defender la alegría, pero sí lo es perder la fe en la humanidad. Lo negativo hace más ruido, también más daño, pero es lo que vende. El morbo vende. La pena vende. La oscuridad vende y, sin embargo, nos escandalizamos y lloramos y buscamos la luz. Somos una contradicción viviente.

¿Se puede tener fe en una humanidad que nos da razones para creer lo contrario? ¿Deberíamos darnos por perdidos? Muchos tenemos una lucha interna diaria: somos imbéciles, pero también merecemos la pena. Muchas personas la merecen, pero la imbecilidad es más ruidosa, más dañina, más contagiosa.

Hemos hecho un mundo extraño y lo miramos con desconfianza, como si nosotros no tuviéramos nada que ver. Es un mundo hostil porque nosotros somos hostiles. Claro que también alegres, también tristes y amables y egoístas, y de esa amalgama nace la esperanza. Perder la fe en la humanidad es perder la esperanza y eso es muy complicado de digerir. Nadie quiere perderla porque después de eso, no queda nada.

Si no hay esperanza, no hay risa ni alegría ni amor en cualquiera de sus formas, tampoco lucha. Sin ella nos limitaríamos a estar. Sin sentir, sin parecer, indiferentes o amargados, en cualquier caso perdidos. No se puede vivir sin esperanza, puede que por eso seamos reticentes a la idea de perder la fe. Cuando el agua ya nos está cubriendo los ojos, nos impulsamos de nuevo para sacar la cabeza y volver a respirar.   

La esperanza nos impulsa a defender la alegría y la risa, y al revés. Una no existe sin las otras. Busquemos ese sol del que hablaba Víctor Hugo. Dejemos que esa luz nos envuelva y fortalezca nuestra esperanza, que nos devuelva la fe en momentos en los que creemos que todo está perdido.

Danae