Tal como éramos

El otro día salí a tomar algo y como siempre que salgo a la calle me fijé en quienes me cruzaba por el camino. Ya huele a normalidad, esa a la que tanto echábamos de menos. Los periódicos ya no hablan del maldito virus como si se hubiera extinguido y miedo me da volverlo a ver en la portada buscando protagonismo como una Kardashian más.

Hemos pasado del miedo al pasotismo de quien está harto de todo. Lo que tenga que ser será, dicen algunos y yo aprovecho para canturrear aquella canción cantada por Doris Day «Qué será, será». Una vez que lo malo se disipa, nos lanzamos de cabeza a lo que ya conocemos, a esa normalidad que tanto echábamos de menos, dejando en el sofá los proyectos y las ganas de ser diferentes.

Llevo unos días fantaseando con la idea de volver unos años atrás, tecnológicamente hablando. Volver a una época en donde los móviles no controlaban nuestras vidas, cuando no tener ordenador no era ningún problema y las enciclopedias doblaban orgullosas las baldas de nuestra librería.

No exagero si digo que me paso más de diez horas frente a una pantalla y he de reconocer que estoy más que cansada. Las ocho horas frente al ordenador del trabajo más las horas extra que paso en mi pequeño portátil redactando textos de todo tipo. Todo ello sin contar el tiempo que tengo la vista puesta en mi móvil revisando redes y correos electrónicos. Que dependemos de la tecnología es un hecho, somos esclavos de algo externo que el día que falle, nos dejará en bragas y provocará el caos. Suena catastrofista, pero seamos sinceros, al ser humano siempre le ha dado miedo la oscuridad y ahora Internet parece ser nuestra única fuente de luz.

No lo puedo evitar, me encantaría poder volver atrás para vivir en un mundo más desconectado, tal vez con menos opciones, pero todo a mano, tangible, sin una dependencia enfermiza de aplicaciones, algoritmos y redes sociales.

Cruzarme con toda esa gente con la mascarilla en el cuello, el griterío de las terrazas aún llenas, los adolescentes haciéndose selfies para inmortalizar momentos cotidianos, oler la vida normal que fue y que tanto ansiábamos, me ha recordado lo que echo de menos vivir sin esa velocidad que me despeina y me marea, sin esa sensación de estar perdiéndome algo, sin esa obligación autoimpuesta de estar siempre alerta y con la certeza de ir siempre un paso por detrás.

Danae