Tiranos y sumisos

El otro día fui a casa de una amiga y observé divertida cómo ordenaba a Alexa encender la luz —Alexa, para quien no lo sepa, es el asistente virtual de Amazon—. Al ser ignorada por el dispositivo, repitió la orden esta vez en un tono de voz más elevado y yo, que tenía la lámpara justo al lado, me preguntaba si no sería más sencillo pulsar el interruptor de la luz y evitar que mi amiga se desgañitara.

Tengo amigas que han interrumpido la conversación que manteníamos para ordenar a Alexa hasta tres y cuatro veces que bajara el volumen de la música. Yo todo esto lo escucho riéndome al otro lado del teléfono, notando cómo su tono se eleva y sus ánimos se crispan ante el desplante de la asistente. A mí que se me escapa la imaginación, pienso en ella como un niño desobediente al que solo falta amenazar: ¿lo tengo que repetir de nuevo?

Es curioso, parece que el ser humano necesita esclavizar. A humanos y no humanos. Lanzamos nuestras órdenes a asistentes virtuales con nombre de mujer —detalle que, todo sea dicho, me mosquea y me encantaría que alguien me explicara— para que realicen acciones sencillas y que, parece ser que nos cansan. No hay peticiones, sino órdenes y no hay comprensión, sino enfado en caso de que estas no sean aplicadas. A priori, al tratarse de un ente no vivo, no parece importante, pero lo es: ¿de dónde nos viene la necesidad de ejercer un poder sobre otro?

Nuestras casas acogen cada vez más robots y dispositivos que nos facilitan las tareas cotidianas. Aspiradoras que pasean a sus anchas por las casas, aplicaciones que controlan cada dispositivo, frigoríficos que se asemejan a avanzadas cámaras de criogenización y los relojes que llevamos en las muñecas nos alertan de cuándo debemos beber agua o levantarnos a dar un paseo.

Si con Alexa o su rival Siri —ignoro si hay más— nos convertimos en unos tiranos, con otros aparatos los sumisos somos nosotros. Hacemos lo que el reloj nos dice, vamos hacia donde el GPS nos indique aunque nos olamos que no tiene razón y claro, después de tanta vuelta llegamos a casa y si Alexa no nos hace caso a la primera de cambio, gritamos como los padres agotados y desesperados gritan a sus hijos.

La tecnología es estupenda, pero también nos ha hecho más tontos y más vagos, un hecho bastante contradictorio teniendo en cuenta que se necesita gente muy inteligente y nada vaga que la desarrolle. Supongo que, como todo, el mundo lo controlan unos pocos y el resto… bueno, el resto se lo entregamos en bandeja.

Danae

Deja una respuesta