Mi cocina da a un patio interior inmenso con ventanas por todas partes. El sueño de cualquier voyeaur. En realidad, se ve poco, solo luces y sombras y cocinas que se alumbran a la hora punta, lo suficiente para que nuestra imaginación haga su trabajo.
Uno se levanta por la mañana, enciende la luz, sube la persiana y se expone al mundo. Con las legañas puestas, los sueños que todavía descansan en las sábanas aún calientes y el eco del despertador resonando en la cabeza. Antes del café, antes del primer rayo del sol, antes de que la vida nos parezca viva, la luz de nuestra lámpara es lo único que nos separa del mundo de los sueños.
La vida transcurre detrás de las ventanas y no nos percatamos de ello. Familias, parejas, personas solteras, con perros, gatos y una despensa a rebosar de botes de especias caducados desde hace años, se esconden tras ellas como nosotros nos escondemos tras las cortinas, prefiriendo ignorarlo todo: a las familias, a las parejas, a los solteros, a los perros y gatos y a las especias. No nos importa.

Es curioso que, con lo que nos gustan los programas tipo “Gran Hermano”, hagamos tan poco caso del vecino. Nadie mira por la ventana, nadie se fija en nada. Se abren ventanas, se preparan cafés, se sacuden alfombras y se cuelga la ropa, pero estamos demasiado absortos en nosotros mismos como para fijarnos que estamos rodeados de vidas como la nuestra. No nos importa quien viva al lado, siempre y cuando no nos moleste. No nos preguntamos si al del quinto le gusta el café con mucho azúcar, si duerme bien, si tiene frío al levantarse, si le gustan los pijamas de cuadros o si es feliz yendo a trabajar. No nos preguntamos qué esconden nuestros vecinos en sus armarios, si echan especias a sus comidas, si les gusta la pizza con piña, si son de vino o de cerveza, si creen en los unicornios, en los cuentos de hadas, en la bondad humana… Nos olvidamos que las ventanas esconden vidas tan complejas como la nuestra, tan interesantes y aburridas como cualquier otra.
Todas las historias comienzan con una luz encendida, con un café caliente, con una tostada que se cae al suelo por el lado de la margarina, con una salida rápida para no llegar tarde al trabajo, con legañas, con deseos y con esperanzas de que el día termine bien y tranquilo. Nada más pulsar el interruptor de la luz, la vida empieza a correr.
Danae