Todos tememos al silencio

El silencio es el nuevo lujo. Así lo asegura un artículo que hojeé el otro día, no recuerdo en dónde. En un mundo en constante movimiento y con todos hacinados en las ciudades, la ausencia de ruido se ha convertido en un fenómeno extraño.

Para los urbanitas el silencio no es solo un lujo, sino también un logro personal. Disfrutar de él sin terminar encendiendo nuestro cepillo eléctrico solo por escuchar algo de fondo es todo un hito. Así somos, necesitamos ese «algo de fondo» para no sentirnos perdidos, para evitar escuchar lo que se cuece por nuestra cabeza; porque sí, muchas personas usan el ruido como un asesino de pensamientos rumiantes: matar el ruido interno con el externo.

El silencio nos acojona. Los sonidos son vida, el silencio es muerte y claro, así nos va. Sin embargo, seamos sinceros: el ruido que repudiamos es el ajeno, el nuestro no nos parece gran cosa: música, televisión, cacharreos varios, gritos a Alexa… eso desde dentro no resulta molesto. No nos damos cuenta de que el de al lado piensa exactamente lo mismo. Todos escuchamos todo, somos espías involuntarios de nuestros vecinos y eso, nos guste o no, es el sonido de nuestra vida diaria.

Vivimos todos bien juntitos y nos empeñamos en convertir nuestra casa en un remanso de paz sin contar con que el mundo sigue girando aunque nos enclaustremos en nuestro hogar… y el sonido con él: cláxones, conversaciones a grito pelado, camiones de la basura, batidoras, ladridos, obras, tráfico, vecinos, sirenas… Hay quienes avisan: si no te gusta esto, vete a un pueblo porque con el ruido ocurre como con la violencia: de tanto experimentarla uno se vuelve insensible, indiferente y si no lo haces, estás jodido, que es lo que nos pasa a muchos.

La paradoja de todo esto es que no importa lo mucho que nos quejemos del ruido, la mayoría no sabemos vivir sin él; es como la cerveza para Homer Simpson: causa y solución de todos nuestros problemas. Nos estresa, pero su ausencia nos provoca malestar. Ni contigo ni sin ti. Sin darnos cuenta, hemos convertido nuestra relación con el mundo en una relación tóxica. Por ello, ante el ruido reaccionamos con más ruido y ante el silencio, lo mismo. La paz siempre se nos ha dado muy mal.

El ruido es nuestra manera de marcar nuestro territorio, avisar al vecino de que estamos aquí, es nuestra prueba de vida; hago ruido, luego existo.

Danae N.

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