Me despierto un día cualquiera después de una noche inquieta que deja en mí un rastro de intranquilidad. Lo relaciono con el viento, su sonido constante durante la noche, el ruido de las persianas al moverse con fuerza…
Enciendo el móvil como cada mañana, solo que esta vez me encuentro con un whatsapp que me anuncia una mala noticia. Es demasiado pronto. Siempre lo es. Nunca es buen momento. Intento seguir mi rutina de cada mañana, preguntándome si mi mala noche no era sino un mal augurio. También me pregunto si creo en ese tipo de cosas.
Con el sueño aún pegado en el cuerpo, bebo mi vaso de agua caliente con limón mientras miro por la ventana. No me había dado cuenta hasta ahora de que la luz es diferente a las de otras mañanas, que mi cocina está iluminada por el color rosáceo de las nubes. Nubes que en realidad solo es una. Una mole rosa inmóvil sobre los edificios pálidos por la falta de sol.
Preparo el desayuno, aún me quedan unos minutos para disfrutar del silencio, antes de que la vida despierte. Me siento nerviosa, pero sé que es normal, también preocupada, tal vez triste, no por mí sino por la persona que me ha mandado el mensaje. Mis pensamientos se centran en ella, como si así pudiera enviarle ánimos. ¿Acaso creo que es posible? No lo sé.
La cocina se ilumina ahora por un rojo anaranjado que me saca de mis pensamientos. Desayuno de pie, apoyada en la encimera y observo el cielo enrojecido como un fuego levantándose en mitad de la oscuridad, “¡Despertad!” parece decir, “¡es un nuevo día!”
Me preparo para trabajar. Me quedo con la ropa de estar por casa, protegida por una bata enorme que no es mía, pero que me abriga como un abrazo. Antes de sentarme en el escritorio observo que el cielo, ahora de un color azul grisáceo, está cubierto por unas nubes blancas que parecen pintadas a mano, como si alguien las hubiera hecho para nosotros.
Me paso el día con la cabeza en otra parte, queriendo ayudar sin poder hacer nada, qué sensación tan extraña ¿verdad? También pienso en ese cielo teñido de un color tan impropio de él y en esa manía que tiene la vida de continuar con su ritmo como si nada sucediera.
Un día cualquiera el cielo se volvió diferente, cambiante a cada vistazo, poderoso y bello. Una belleza única que, de alguna manera, me ayudó a recuperar algo de la paz que la noche me había quitado.
Danae